24/6/14

DESAFÍO MESIÁNICO DE LA IZQUIERDA

El PSOE –la socialdemocracia en su conjunto- vive una etapa de profunda confusión. El desafío es definitorio porque, en el contexto de las lealtades volátiles, ha de reconstruir la identidad perdida ante dos fuerzas que han corroído su armazón ideológico: el empuje de los postulados neoliberales y la crisis institucional que atraviesa España como consecuencia de la depresión económica y del descrédito en que ha sucumbido la política tradicional.

Sin embargo, nadie puede negar que sus filas se nutren de corrientes plurales, encarnadas por los tres candidatos protagónicos que disputan la secretaria general, al punto de que cada uno de ellos simboliza tres sensibilidades, tres disyuntivas, casi tres partidos diferentes dentro de unas mismas siglas.

Pedro Sánchez, economista y sex-symbol, es un neoliberal infiltrado; no de otro modo merece calificarse a quien proclama que no se precisa más izquierda y, con ello, apuesta implícitamente por el continuismo. Madina, historiador y víctima de ETA, es la moderación, el centrista que se ha criado en el aparato y que el aparato, ahora, parece abandonar a su suerte. Y Pérez-Tapias, decano de la Facultad de Filosofía de Granada,  es la desconocida y minoritaria voz discordante que, con cierta dosis de realismo, propugna un gran acuerdo entre todas las organizaciones políticas de izquierda.

Pero el debate interno del PSOE no puede ni debe ser personalista, sino de proyectos. En la base de los discursos debería situarse como problema central la necesidad de transformar el modelo productivo. 

De momento no oímos a ninguno de los tres candidatos decir cómo atajarán el problema del desempleo y el más cruel de la pobreza infantil, cómo reconstruirán el dañado Estado del Bienestar o cómo combatirán la esclerosis instalada en la burocracia de la UE.

La razón de esta elocuente ausencia de discurso alternativo responde a lo que podríamos llamar “la maldición de la híper-modernidad”: las ideologías colonizadas por las tesis imperantes del mercado global apenas saben cómo frenar las injusticias en que esa modernidad monstruosa ha degenerado. Así como los individuos aislados somos impotentes para enderezar problemas colectivos, los partidos políticos actuales y los viejos Estados-Nación en los que operan ya no sirven para corregir problemas sistémicos y universales.

Por tanto, ante el desafío enorme al que se enfrenta el PSOE sólo una estrategia puede salvarle de ir decayendo hacia lo puramente testimonial: la renuncia efectiva de quienes ahora están y la formación de nuevos cuadros que defiendan con convicción la democracia externa e interna, la honestidad, el equilibrio entre el individualismo vital y el socialismo productivo y la internacionalización de las soluciones ante los problemas globales. 

¿Difícil? Y tanto. Se trata de un reto descomunal, casi mesiánico, pero necesario. Absolutamente necesario. Es, de hecho, la obligación de la nueva izquierda.


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