15/1/14

POR AMOR

¿Han digerido las mujeres el nuevo signo de los tiempos? ¿O, por el contrario, son las primeras víctimas del frenesí igualitario que, en el fondo, en muy poco las ha igualado al hombre? ¿Qué hacen ellas por practicar de forma auténtica y responsable la equiparación de derechos?
  
Me suscita estos interrogantes haber oído de los letrados de la Infanta Cristina que no es culpable porque todo lo hizo –o dejó de hacer- debido al amor incondicional que siente hacia su esposo.

Esta línea de defensa resulta propicia en dos supuestos: cuando la mujer es verdaderamente inocente de los ilícitos penales que haya perpetrado su pareja porque desconocía sus andanzas; o cuando ella es tan culpable como él pero busca afanosamente una coartada.

Por supuesto está la zona gris, ocupada por el papel que la tradición asignaba al prototipo de mujer, digamos, crédula-romántica: capaz de incurrir en la candidez descrita en el primer supuesto no por causa de su confianza quebrada, sino porque sigue siendo una niña de teta que sustituye a padre por marido (cuánto escribió Freud acerca de este reemplazo), y se apresta a una vida cómoda y delegante en los dictados, más o menos explícitos, del macho con quien comparte lecho y viajes.

Carecemos de los elementos de juicio necesarios para encuadrar a la Infanta Cristina es uno de esos moldes. Pero me temo que recurrir al amor como patente de corso indica que algo no va bien en sus asuntos, sean los emocionales o los concernientes a su hacienda. ¿O acaso una mujer moderna, independiente, no-idiota, se hallaría realizada en alguno de esos moldes si todos ellos, sin excepción, son causantes de daño?

Dejemos a un lado las consecuencias procesales de su alegato en el supuesto de que sea finalmente juzgada. (Apuntemos con brevedad que camina en la dirección de que el señor Urdangarín se coma todo el marrón). Centrémonos, tan solo, en el mensaje que la Infanta ha transmitido a las mujeres de su generación y de las venideras: puedes vivir a cuerpo de rey (la expresión –lo sé- es desafortunada) sin preocuparte del origen de la pasta que gastas aunque tu familia bordee la legalidad penal. Si te pillan siempre podrás argüir que eras figura decorativa. Mujer florero. Pura nulidad como mujer y persona.

Las crisis no traen nada bueno, salvo dos cosas: dejan al descubierto nuestras vergüenzas y amoralidades, y nos obligan a tratar de corregirlas con esfuerzo, otra mentalidad y otra escala de valores.

Sugiero empezar no tomando en vano nada en nombre del amor. Procurar que el amor no sea un pretexto, una verdad a medias o una mentira descomunal.

Me consta que esto suena tan candoroso como la explicación balbuceante de la mujer cuyo patrimonio se evaporó porque firmaba cualquier papelote que su marido le ponía por delante. Sin embargo mi sugerencia es que empecemos por renovar la idea de “confianza”, elemento nuclear en todo contacto humano. Pues si el señor Urdangarín es, a la postre, el único condenado, nadie podrá fiarse de él en adelante. Ergo, nadie podrá amarlo con sinceridad. Toda relación amorosa agoniza hasta morir cuando la confianza está desaparecida.

Así pues, la verosimilitud de una excusa absolutoria como la que aducen los letrados de la Infanta Cristina se pondrá a prueba mediante la ruptura de la pareja. Y me detengo aquí: no quiero tomar la deriva de los tabloides, aunque el escándalo esté servido.      



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