9/10/13

MI SMART-PHONE

No aconsejo leer este texto. Nada hay en él que incite a la alegría, aunque para ser totalmente sincero he de añadir que, tan pronto escribo la frase inicial, mi rostro esboza una sonrisa espontánea. Como la deje ir, se tornará carcajada.

He pasado toda la tarde de hoy montado en el coche yendo de un lado para otro, visitando tiendas de telefonía móvil. Hace poco me hurtaron mi smart-phone, ya saben, uno de esos móviles inteligentes con pantalla digital y cientos de aplicaciones que te permiten acceder a internet o redes sociales. Poco antes había extraviado el que todavía estoy pagando a la compañía operadora. En apenas un mes, dos de esos cacharritos volaron de mis manos.

Las tiendas especializadas me han permitido reponer el inmenso vacío que dejaron sus díscolos hermanos. Que en gloria estén, los pobrecitos, tan lejos de su legítimo dueño. Uno de ellos era especialmente gracioso. Venía dotado con una aplicación de registro de voz. Podías hablarle; él te contestaba. Probando el invento le llamé “Cabrón”. Contestó preguntándome si tenía un mal día. Prometo por mi honor que es cierto lo que cuento. Hay testigos.

Como el que se acostumbra al progreso detesta retroceder, el nuevo terminal que me disponía a adquirir debía igualar en prestaciones y servicios al más moderno de los que había perdido. Y esto implica asesorarse. Heme aquí enganchado a los foros y blogs de internet cuyo tema estrella es el pujante mercado de la telefonía móvil.

Que si pantallas Súperamoled, que si procesador de un solo núcleo con sistema Android 4.1 “Ice Cream Sándwich “, que al parecer ya cayó en la obsolescencia, o dos núcleos con nosecuántos gigabayts de memoria RAM, tarjeta SD incorporada y actualización remota del último procesador Android “4.3 Jelly Beam”…

Un auténtico mareo y una buena pasta: eso cuesta un móvil de gama media-baja. Al final me he decidido por una marca puntera que hace sombra al gigante Apple. A mi lado reposa, sobre la mesa, cargando la batería mientras escribo. No va mal el aparatito. Qué monada. Hasta me deleita su color azulado. Es elegante. Tiene estilo. Cuando deslizo la yema de mis dedos por las pantallas siento una sensación cercana al placer. Hasta dispone de auriculares de botón para escuchar tu música preferida en plena intimidad. Lo miro y se me cae la baba de satisfacción. Ea, ya tengo otro smart-phone diferente, nuevo, enterito para mí.

Y sin embargo, mientras introduzco mis datos, me doy cuenta de que siempre llamo a todos mis móviles de la misma manera. Siempre escojo idéntico nombre. No es el que reza en mi partida de nacimiento. Es el de un personaje de “Hamlet”. Aquel que nunca fue amigo del atribulado príncipe de Dinamarca, salvo en el lecho de muerte compartida.

¿Moraleja? El consumidor busca satisfacer una necesidad, real o ficticia. Tan pronto la colma surge otra necesidad. Y cuando el carrusel de necesidades parece alcanzar su cenit, aparece la definitiva: construir una identidad. Y ahora hagamos la pregunta que borra todo atisbo de sonrisa: ¿con qué cosas, valores, ideas, nos estamos identificando? Los objetos que poseemos son nuestros espejos. Los objetos de los que carecemos definen nuestros anhelos y rechazos. A la simbiosis de ambos factores le denominamos “realidad”.          


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