1/6/13

LA PESADILLA DEL OFICINISTA

La historia demuestra una pugna feroz entre la servidumbre y el trabajo dignificante, entre la propiedad privada y los derechos compartidos, y entre los intereses del poder y el interés de la comunidad.

La "democracia social" supuso el débil intento de poner fin a esta rémora histórica, pero se ha impuesto otro modelo de relaciones económicas y sociales (en suma, un modelo cultural) menos humanizante, porque se basa en que la libertad es objeto de tutela con mayor rigor y eficacia respecto de las ficciones jurídicas, esto es, las llamadas "corporaciones”, ya sean de naturaleza económica, política o híbrida. Como consecuencia directa los derechos de las personas de carne y hueso, especialmente en el ámbito laboral, sufren un proceso de creciente deterioro.

En este contexto de neoliberalismo puro y duro, los instrumentos de intervención "en" la economía no sólo se reducen, sino que se pervierten. Responde a esta estrategia la des-regularización de derechos sociales (por ejemplo, la descabellada propuesta del Banco de España de establecer salarios por debajo del umbral mínimo interprofesional). 

También responde a esta estrategia el manejo de la política fiscal y monetaria con fines de favorecer al gran capital y desnutrir al Estado (ambas políticas deberían servir para redistribuir la riqueza, asegurar servicios públicos y cohesionar el sustrato social).

Por tanto, lo único que percibimos los integrantes de la clase media-trabajadora es que nuestros impuestos crecen y seguirán creciendo, y nuestros ingresos decrecerán y seguirán decreciendo, pero no para invertir en un mejor Estado sino para pagar la deuda descomunal que el propio Estado ha creado con sus políticas. 

Resulta un sarcasmo que a esta situación la llamemos "Democracia avanzada". (Habrá que recordar, con mucho pesar, que dicha expresión tan feliz es la proclamada por el Preámbulo de nuestra Constitución. Pobre ser humano: nunca su acción está a la altura de su retórica.)

Convengamos que si queremos hablar de avances es imprescindible referirse al factor “velocidad”. Observemos, entonces, que la diferencia básica entre la política -tan aferrada a las sedes burocratizadas y al juego sucio- y el mercado –no menos embarrado, pero sí más flexible, nómada y disuelto en el ambiente-, radica en que éste se mueve mucho más rápido que aquélla. Tanta es su rapidez, que el efecto letal que provoca no es el de adaptarse a los tiempos, como muchas voces autorizadas describen erróneamente, sino adaptar los tiempos a sus insaciables exigencias.

Esta poderosa capacidad de regir los destinos ajenos (=sociales) para justificar y preservar el destino particular, implica una estrategia exitosa y muy ladina: infiltración en las venas de las instituciones democráticas que fueron concebidas para establecer límites al egoísmo humano.

¿Conclusión? En el fondo, el mercado descree de la democracia pues ya no la necesita. En su fase actual, que es menos crepuscular que antaño y, por ende, más peligrosa, ya sólo cree en sí mismo. Tal es su megalomanía, que el resto del planeta le importa sólo en la medida del provecho lucrativo que puede obtener mediante su explotación más o menos encubierta.

Dicho cuanto precede, me voy a la cama. Soñaré que soy esclavo. Esta será mi pesadilla. Si lo desean, pueden compartirla. Es gratis.

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