Un
libro puede cambiar vidas. En 1968 el psicoanalista alemán Erich Fromm publicó
uno de título sugestivo, como todos los suyos: “La revolución de la esperanza”.
La obra fue escrita a propósito de su apoyo a la nominación del senador
demócrata Eugene McCarthy en la disputa electoral contra Richard Nixon, quien
finalmente ganó las elecciones y se convirtió en presidente de los EE.UU.
Pero
más allá de la implicación explícita de Erich Fromm frente a la intervención
militar en Vietnam, la Guerra Fría, la amenaza permanente del holocausto
nuclear y el comunismo recalcitrante que practicaba la extinta Unión Soviética
–“capitalismo de Estado”, le llamaba con atinado criterio-, el libro nos deja
un aroma a cruda, crudísima, premonición.
Tanto, que parece describir el tiempo presente, nuestra actualidad más cercana
y gris.
Un
ejercicio intelectual de esta envergadura sólo pueden hacerlo unos cuantos
elegidos, precisamente aquellos que pusieron la investigación de la psique
(“alma”, en griego) en el núcleo gravitatorio de la historia y sus convulsiones
cíclicas.
Para
comprobarlo, basta transcribir un párrafo. Por ejemplo: “No marchamos
rumbo a un mayor individualismo, sino que estamos convirtiéndonos en una
civilización de masas manipuladas cada vez a escala más grande. Un número
relativamente reducido de gigantescas empresas ha venido a ser el centro de la
máquina económica y la dominará totalmente en un futuro no muy distante. La
alianza entre las empresas privadas y el gobierno es cada vez más estrecha al
grado que nunca ambos miembros de esta alianza han sido menos discernibles. El
año 2000 puede no ser la culminación rotunda y feliz de un periodo en que el
ser humano luchó por la libertad y la felicidad, sino el principio de una era
en la que el hombre cese de ser humano y se transforme en una máquina sin
sentimientos y sin ideas.”
Fromm murió en 1980, tras varios
infartos. Empezó abrazando las tesis de Freud, pero pronto se dio cuenta de que
el psicoanálisis ortodoxo era insuficiente para explicar la crueldad de la que
es capaz el ser humano y las enfermedades mentales que trastornan su conducta.
Su gran aportación a las ciencias humanas fue aunar las tesis del psiquiatra vienés con las de Karl Marx. Mezcló agua con aceite. Y era lógico que lo hiciera: Freud quería liberar al ser humano de su prisión interior; Marx, de la prisión social, económica y política (cultural, en suma) en la que todo ser humano debe desarrollarse desde que nace.
Su gran aportación a las ciencias humanas fue aunar las tesis del psiquiatra vienés con las de Karl Marx. Mezcló agua con aceite. Y era lógico que lo hiciera: Freud quería liberar al ser humano de su prisión interior; Marx, de la prisión social, económica y política (cultural, en suma) en la que todo ser humano debe desarrollarse desde que nace.
En la ingente obra científica de
Fromm, fruto de la experiencia directa con pacientes aquejados de neurosis (por
cierto, no se asusten: la condición humana hunde sus raíces en la neurosis) y
de sus extraordinarias dotes como observador de la realidad capitalista,
resulta tarea ardua destacar un libro por encima de otro. Pero sin duda “La
revolución de la esperanza” ocupa por derecho propio un lugar singular.
“Nos encontramos ante una
encrucijada”, escribió en el prólogo. “Un camino nos lleva hacia una sociedad
completamente mecanizada, donde el ser humano será el desvalido diente del engranaje;
el otro camino conduce a un renacimiento del humanismo, a una sociedad que
ponga la técnica al servicio del bienestar del hombre.” No se equivocaba.
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