22/5/13

FRÁTER


Fráter, voy a intentar decirte en estas líneas lo que se siente estando en crisis, a ver si coincidimos. 

Uno: nada es lo que parecía. Se diría que el mundo, que de repente ha cambiado, es mentira, vacío.

Dos: pero no ha cambiado sólo el mundo; con él, a pesar de él y frente a él, estás cambiando tú. Algo que cambia no puede ser mentira ni completo vacío. Entonces ¿qué es eso que cambia y no se queda quieto? La vida en sí. La existencia. Los seres humanos deberíamos ser conscientes de que nuestro modo de evolucionar nos define, como individuos y como especie.

Tres: toda crisis nos obliga al esfuerzo de tomar conciencia. ¿De qué? De todo lo vivido hasta ahora, que por momentos parece el teatro de lo absurdo. Percibes, sin más, que ya eres adulto. Y esa frontera, una vez traspasada, no tiene marcha atrás.

Cuatro: ser adulto no te garantiza nada. Al revés, llevas cargas de cuando no lo eras y añades otras por insensatez, ignorancia, obligación, narcisismo o temeridad. Ser adulto es la etapa definitiva en que toca responsabilizarte sin oratoria.

Quinto: un gran inconveniente en esta vaina de ser adulto se revela de repente, inmenso como un amanecer y frío como el vértigo: no tienes ni idea, de improviso lo ignoras todo. Salvo la raíz de las raíces: en lo más hondo, estamos solos. Es decir, nadie puede decidir por ti.

Sexto: la felicidad, de existir, debe ser lo más parecido a sentir calma. ¿Cómo se logra ese estado? Hay dos vías: morir y dejar que los demás se ocupen de todo o vivir con dignidad.

Octavo: dar bocados o pellizcos de vez en cuando no es incompatible con ser digno. La dignidad es un valor frágil, siempre en peligro. Su incompatible, por tanto, no es la lucha. Es la falta de respeto.  

Noveno: estamos abrumados por nuevos e inquietantes retos. Los hay globales (el cambio climático, el terrorismo nuclear, el porvenir de la democracia) y los hay pequeños. Ésos últimos de ti dependen. Pero unos y otros, más de lo que solemos creer, se hallan íntimamente conectados.

Décimo: necesitamos orden, no este desorden de avestruces. Tenemos que empezar a reclamar orden cívico, norma que nos discipline. En esto, lo siento, soy más de derechas que los de derechas (Risas aquí).

Undécimo: pero no basta cualquier ley para ser un ciudadano de derechas como dios manda. Se precisa una ley del, por y para el pueblo. Una ley que tenga en cuenta que el progreso no se alcanza trayendo el Apocalipsis de la pobreza. En esto, lo siento, soy más izquierdas que los de izquierdas (Risas aquí).

Duodécimo: esto se va. La vida, quiero decir. Se va y no hay remedio.

Decimotercero: no hay otra posibilidad que batirse en duelo con la incertidumbre, sabiendo de antemano que jamás la vencerás. Sólo conocemos el pasado, fijado en la memoria frente al presente fugaz y el futuro incierto.

Decimocuarto: la incertidumbre se atenúa decidiendo. Decidir, antes que cualquier otra diatriba filosófica, religiosa o moral, es asumir y afrontar los límites. No hay libertad sin límites. ¿Cuándo se enterarán aquellos que nos están robando? ¿Cuándo nos enteraremos quienes nos quejamos?   

Decimoquinto: fráter, sigo siendo bunburiano hasta la médula. O, como sueles decirme adornando la verdad con tus sonrisas, un poco melancólico. La melancolía es una trampa. ¿Crees que compartimos rarezas?     

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