Fráter, voy a intentar decirte en
estas líneas lo que se siente estando en crisis, a ver si coincidimos.
Uno:
nada es lo que parecía. Se diría que el mundo, que de repente ha cambiado, es
mentira, vacío.
Dos: pero no ha cambiado sólo el
mundo; con él, a pesar de él y frente a él, estás cambiando tú. Algo que cambia
no puede ser mentira ni completo vacío. Entonces ¿qué es eso que cambia y no se
queda quieto? La vida en sí. La existencia. Los seres humanos deberíamos ser
conscientes de que nuestro modo de evolucionar nos define, como individuos y
como especie.
Tres: toda crisis nos obliga al esfuerzo
de tomar conciencia. ¿De qué? De todo lo vivido hasta ahora, que por momentos parece
el teatro de lo absurdo. Percibes, sin más, que ya eres adulto. Y esa frontera,
una vez traspasada, no tiene marcha atrás.
Cuatro: ser adulto no te
garantiza nada. Al revés, llevas cargas de cuando no lo eras y añades otras por
insensatez, ignorancia, obligación, narcisismo o temeridad. Ser adulto es la
etapa definitiva en que toca responsabilizarte sin oratoria.
Quinto: un gran inconveniente en
esta vaina de ser adulto se revela de repente, inmenso como un amanecer y frío
como el vértigo: no tienes ni idea, de improviso lo ignoras todo. Salvo la raíz
de las raíces: en lo más hondo, estamos solos. Es decir, nadie puede decidir
por ti.
Sexto: la felicidad, de existir,
debe ser lo más parecido a sentir calma. ¿Cómo se logra ese estado? Hay dos
vías: morir y dejar que los demás se ocupen de todo o vivir con dignidad.
Octavo: dar bocados o pellizcos
de vez en cuando no es incompatible con ser digno. La dignidad es un valor
frágil, siempre en peligro. Su incompatible, por tanto, no es la lucha. Es la
falta de respeto.
Noveno: estamos abrumados por nuevos
e inquietantes retos. Los hay globales (el cambio climático, el terrorismo
nuclear, el porvenir de la democracia) y los hay pequeños. Ésos últimos de ti
dependen. Pero unos y otros, más de lo que solemos creer, se hallan íntimamente
conectados.
Décimo: necesitamos orden, no
este desorden de avestruces. Tenemos que empezar a reclamar orden cívico, norma
que nos discipline. En esto, lo siento, soy más de derechas que los de derechas
(Risas aquí).
Undécimo: pero no basta cualquier
ley para ser un ciudadano de derechas como dios manda. Se precisa una ley del,
por y para el pueblo. Una ley que tenga en cuenta que el progreso no se alcanza
trayendo el Apocalipsis de la pobreza. En esto, lo siento, soy más izquierdas
que los de izquierdas (Risas aquí).
Duodécimo: esto se va. La vida,
quiero decir. Se va y no hay remedio.
Decimotercero: no hay otra
posibilidad que batirse en duelo con la incertidumbre, sabiendo de antemano que
jamás la vencerás. Sólo conocemos el pasado, fijado en la memoria frente al
presente fugaz y el futuro incierto.
Decimocuarto: la incertidumbre se
atenúa decidiendo. Decidir, antes que cualquier otra diatriba filosófica,
religiosa o moral, es asumir y afrontar los límites. No hay libertad sin
límites. ¿Cuándo se enterarán aquellos que nos están robando? ¿Cuándo nos
enteraremos quienes nos quejamos?
Decimoquinto: fráter, sigo siendo
bunburiano hasta la médula. O, como sueles decirme adornando la verdad con tus
sonrisas, un poco melancólico. La melancolía es una trampa. ¿Crees que
compartimos rarezas?
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