23/4/13

EXTRAÑA ES LA VIDA


Extraña es la vida: esta es la esencia. Comprender que somos extraños para nosotros mismos y para los otros, esas existencias ajenas, únicas, irrepetibles, que no te pertenecen.

El alivio ante tanta extraña sólo puede venir de un lado: cada uno hacerse individuo capaz de la unión, de estar con los demás y con uno mismo. La vida fracasa porque buscamos medicinas erróneas. Es preciso dar y respetar, todo lo contrario del egotismo. Es preciso conocernos y conocer, todo lo contrario de la ignorancia y el prejuicio.

Antes me ponía sumamente nervioso al reflexionar sobre estos asuntos. Ahora escribo porque lo necesito. Y lo necesito porque no siempre hay más sinceridad en el silencio. Uno se asoma al público y comprueba que el límite excluyente es tratar de no herir a nadie. Defenderme si me hieren. Tomar cada vez más en serio las emociones. Aprender que toda moral proviene de la soledad absoluta. Dios ya no existe. Lo hemos asesinado entre todos: los ateos porque a fuerza de indagar un sentido nos hicimos homocéntricos, y los creyentes porque, en nombre del pantocrátor severo, elevaron los dogmas a la categoría de ley fustigadora. Así pues, todos deicidas. Todos perdidos en la existencia.

Extraña es la vida, pero es mi vida. Marchará algún día para no volver jamás, y yo con ella. Es una formidable jodienda que, contra tu voluntad, te quedes sin lo único que tienes. Morir no es una opción. Es (terrible paradoja) la certidumbre incierta. A menos que decidas poner fin tú mismo al tiempo que se te ha asignado, cuya medida ignoras. La desesperación, el dolor sin lenitivo, provocan la muerte aunque permanezcas vivo. 

Extraña es la vida. Algún día has de nacer de nuevo, lo que implica haber desaparecido, ser ahora un no-ser en comparación con quien eras y adaptarte a un mundo que no renuncia a la hostilidad cultural, en el que incluso el hogar tiene un precio. Dinero, intereses y respirar cada día: mortífera aleación. Así pues, ¿qué espacio reservamos para el amor, qué le exigimos? Resulta fácil enamorarse. Lo arduo es la constancia, aceptar, perseverar, no volverse loco, sustraerse al deseo de novedad.

Extraña es la vida. Es condición previa de la libertad. Pero se inició sin que nadie nos pidiera permiso ¿Alguien se lo pidió a nuestros progenitores? Era y es imposible este acto de libertad radical. La vida no la imploraste, ni tenías posibilidad de rechazarla: te fue dada por otros seres humanos. Hijos de ellos somos, no de espíritus santos. Podríamos remontarnos al infinito y seguir empeñados en no afrontar el vértigo: venimos del agua turbulenta, como el resto de los animales. Difícil pedir más: la vida has de construirla, hacerla un poco sólida, si te dejas, si te dejan.

Entonces, la libertad ¿qué es? ¿Tal vez soy libre para soportar la injusticia que se ceba conmigo, con los demás? ¿Tan escasas son nuestras posibilidades de elegir, de actuar? Son menos de las que presumimos, pero aun así suman más de diez. Sin embargo, no hay libertad sin responsabilidad. Concebirla de otro modo nos conduce directos a la falsificación, a la parodia, a la egolatría. Y el ego es feo, inmaduro. Fruta colmada de acidez, amarga al paladar.

¿Cómo desprendernos del ego? ¿Podemos? ¿Queremos? ¿Qué hay tras la máscara? “Querer” y “Poder” conforman nuestros impulsos existenciales. Pero en realidad el dueto aparente esconde un triunvirato, una trinidad, pues falta “Cuidar”. Habría que tatuarse en el corazón este emblema: Como no cuidé, ahora que quiero no puedo.     
   
   

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