2/4/13

DISFRAZ DE PRINCESA


La necesidad, el deseo, la compulsión de querer vivir
muchas vidas en la vida única y perecedera.

El velo de hierro que cubre el rostro fiel del hambre, el amor y la muerte.
Sólo tacto sobre piel con dedos derramados te salva,
como tibia leche materna en los labios párvulos del naciente que pide néctar.

Boca crecida, partida en dos, algún día anhelará a gritos alimento,
otro seno pálido y otra blanca areola en que perderse,
un monte húmedo recién descubierto
tras incierto viaje por cuerpos extraños.
Y allí, en la crecida, ahogar el llanto antiguo y traer consuelo que no cese.  
Y, entonces, ser hombre desmoronadas las máscaras, madurez de niño,
placer efímero, sosiego alcanzado y derribo de alambradas.

El disfraz de princesa con que vestimos la existencia
que queda mientras, cargantes, plenas de esperas y amarguras,
pasan las horas. Y no son ningún regreso.
El atuendo sin nombre que evade la levedad de su prisión y su condena.
La herencia constante del vacío, el vacío ficticio por llenar.
Tálamo caliente, arropado y compartido
donde las presencias sean entrega y den cobijo
a la maldición de los errabundos que, por amar, se mueren.

Sólo pétalos azules cayendo a la oscuridad
de la tierra hollada,
en el trance milagroso de su dehiscencia.

Sólo melodías en la quietud del aire
que no endurezcan
el sendero directo hacia el abismo
y la complacencia.

Sólo roces profundos y ternura abierta
sobre piel estremecida, cansada,
vibrando cada hueco virgen, rejuveneciendo.

Proclamar en verso libre la verdad desnuda
que niegan las palabras pensadas,
y el triste ardor del guerrero tras el ímpetu de la derrota,
y los gestos comedidos de las princesas eternas en el hielo.

Hacer de la amenaza letal de la memoria
desaparición certera, intenso dolor ausente,
agua de cristal sin llanto que la hiera.
Silencio. Respiración. Un renacimiento.




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