El juez Castro ha imputado a la
Infanta Cristina por cooperación necesaria –figura similar a la del autor
directo-, o cuanto menos por cómplice, en los graves delitos supuestamente
cometidos por su esposo, señor Urdangarín, y el socio de éste, señor Torres, al
frente del entramado de asociaciones, fundaciones y empresas que actuaban en el
entorno del Instituto Noós con el fin de obtener un trato privilegiado y
generoso por parte de las Administraciones Públicas de Baleares y Valencia
–incluido, en este último caso, el Ayuntamiento de la capital-, todas
gobernadas por el PP.
El juez deja claro que, por el
momento, no hay razones para pensar que la Infanta participara personalmente en
la ilícita actividad defraudadora. Pero con igual convicción afirma que concurren
indicios de que prestó consentimiento a que su parentesco con el Rey fuese
utilizado por su marido y su socio, a fin de obtener dicho trato de privilegio.
Muchos tenían dudas de que el
juez Castro adoptara una decisión de este calibre. Pero en su resolución invoca
un principio elemental: nadie está por encima de la ley. Argumenta además –con
toda razón- que en supuestos parecidos a del caso Noós, constituye práctica
forense habitual y acertada recibir declaración del cónyuge o pareja del
principal imputado, no sólo para esclarecer los hechos y determinar
responsabilidades, también porque en nuestro ordenamiento procesal penal, uno
de los más garantistas que existen, es el único medio de preservar los derechos
constitucionales de quien se sospecha que ha podido intervenir en una trama
delictiva.
Aventuro que la imputación,
precisamente por ser razonada, resistirá el Recurso de Apelación anunciado con
toda premura por el fiscal, cuyo parecer es contrario al del magistrado
instructor. Una imputación de esta naturaleza sólo podría revocarse por el
tribunal superior si se hubiera fundamentado en indicios muy débiles o
groseramente injustificados. Y me temo que no es el caso.
Con todo, hay otra lectura más
inquietante de esta noticia sin precedentes: ¿qué ha sucedido en la piel de
toro para que casi nadie se salve de los escándalos de corrupción? ERES vergonzosos
en la Andalucía socialista, Bárcenas yéndose a esquiar a destinos de lujo y
haciendo cortes de manga a su regreso mientras otro juez averigua la dudosa
procedencia de su fortuna, las conexiones de su gris ejecutoria con la
financiación del PP y el patrimonio personal de sus dirigentes, la estafa descomunal en que se había asentado el sistema financiero, etcétera,
etcétera, y, ahora, la implicación de un miembro destacado de la Casa Real en
delitos contra la hacienda pública, patentizan que hace falta con urgencia una
transformación radical de nuestra democracia. Una limpieza a fondo que nos
alcanza a todos.
El juez Castro ha dado un paso al
frente actuando con el único instrumento que hemos puesto en sus manos: la ley
y su trabajo. Es posible que su decisión sea anulada, pero nadie puede dudar de
su valentía en una sociedad deprimida y desnortada que necesita creer que la
impunidad no recoge recompensas. La justicia dispone de pocos medios, pero es
independiente y, cuando toca, sabe pensar y esforzarse por estar a la altura de
su tiempo. Así que ojito con ella.
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