21/3/13

HARTAZGO


Si fuera capaz de proporcionar alivio a quienes con más virulencia sufren esta crisis, lo haría de inmediato. Pero no está en mi mano. Soy uno más de tantos.

A muchos no parece que la crisis haya invadido su hogar. Pero, al menos en mi caso, está aquí. Duerme conmigo, no me olvido de ella cuando trabajo y es la contable inesperada, tenaz, cicatera, que interviene mis ahorros, mi salario y se alimenta de mis alimentos. De hecho, está dictando estas líneas. De hecho, es la causante de mi desgana. Ya digo: no la mando a hacer puñetas porque no puedo.

Uno querría aislarse, ser un no-ser en estos momentos de cataclismo social y capitalismo rampante. Pero dios –o la evolución histórica, me da igual- no me concedió el don de ser inmensamente rico desde la cuna o por causa de mi inteligencia.

Qué ingenuos hemos sido. Como auténticos niños de teta. Todos, salvo algunos listos, claro está: los banqueros, los políticos arrimados a los banqueros, los fondos de inversión ingeniados por los banqueros, las grandes constructoras financiadas por los banqueros…

¿Seríamos capaces de imaginar, durante un leve instante, un mundo sin banqueros, sin políticos arrimados a los banqueros, etcétera? Antes tendríamos que imaginar un mundo sin dinero, o por lo menos con el dinero mejor repartido. Un mundo con verdaderos poderes benefactores.

Ya sé que sólo estoy especulando. ¿Qué quieren ustedes que les diga, a estas alturas, que no sepan o intuyan? ¿Que esta crisis presenta la paradoja de que no podemos entender sus raíces sin un planteamiento marxista, pero tampoco abordar su solución mediante la añeja Dictadura del Proletariado? ¿Quieren que les diga que tampoco estaremos más tranquilos con las políticas neoliberales extremas que nos asedian? ¿Que era materialmente imposible crecer, consumir, pasar de todo, como lo habíamos hecho hasta hace, apenas, cinco años?  
Pues ya está dicho. Con ello aporto mi granito de arena, mi confusión, mi preocupación, a esta crisis insana, mortal, que poco a poco nos ha envenenado.

No se trata de volver a las cavernas. Al progreso humano no hay quien lo pare. Pero es preciso preguntarse en serio por dónde hemos guiado nuestros pasos.

No hemos digerido el individualismo porque lo confundimos con egolatría.

El bien común nos encanta mientras haya una posibilidad de apropiarnos de él, en beneficio exclusivo.

Los políticos mienten y nos endosan el sufrimiento que otros, ya de por sí acomodados, deberían padecer.

La elección del nuevo Papa se transforma, a mayor gloria celestial, en el espectáculo mediático más aclamado a la espera de la final de la champions-league.

Todos los días te llega la noticia de que alguien ha cerrado un pequeño establecimiento comercial, o se ha quedado en paro, o le recortan jornada y sueldo.

Todos los días nos tragamos a Bárcenas, al yernísimo y las promesas que nunca, jamás, se hacen realidad.

Todo es una inmensa ficción. Salvo la crisis, esta compañera de viaje a la fuerza, que me conmina a recortar mi alegría porque ella es así de tirana. Por lo menos tenemos libertad de expresión. ¿O no?

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