22/1/13

UN GOBIERNO EUROPEO



¿Nos hemos parado a preguntarnos cuánta tristeza, sufrimiento, indignación y rabia nos estás causando la deriva que ha tomado el modelo de sociedad occidental?  Una cosa es que la democracia liberal, basada en el capitalismo más recalcitrante, haya tomado la delantera a las posiciones socialdemócratas y éstas prácticamente carezcan de oxígeno, y otra muy distinta el que tal situación haya de permanecer así para siempre. Para siempre no hay nada. Los políticos que no se retiraron a tiempo lo saben (o deberían saberlo) muy bien. 

Aunque por poco margen, Merkel ha perdido las elecciones en Baja-Sajonia, su feudo. Mal augurio para esta nueva “Dama de Hierro” de cara a las elecciones generales alemanas del próximo otoño. Porque es cierto: en este mundo globalizado ciertas naciones pesan mucho más que otras. De las inclinaciones del electorado teutón depende, en buena parte, nuestro futuro.

El concepto de soberanía (es decir, del origen del poder político) ha sufrido una transformación radical debido a dos factores propios de nuestro tiempo: la ya mencionada globalización (contemplación del mundo como un gran zoco; el hiper-mercado galáctico en la Tierra) y la llamada “Construcción Europea” (proceso iniciado tras la IIGM, cuya finalidad es la unión política de las naciones europeas).

Ambos factores implican ceder (erosionar) numerosos ámbitos pertenecientes a la soberanía original de cada país. La globalización, por ejemplo, exige que las relaciones laborales se des-regulen en perjuicio del trabajador. 

Esa des-regulación se hace, por fuerza, mediante una ley formalmente soberana -emanada de los órganos legislativos nacionales elegidos en convocatoria electoral interna-, pero su contenido viene dictado desde afuera. Si la ley promulgada fuera para progresar, incluso con sacrificios, no habría queja. El problema reside en que para nada es así: las nuevas leyes nos han perjudicado, nos obligan a un retroceso de décadas.

Por su lado, Europa está construyéndose lentamente. Esta crisis nos tomó a los europeos en pleno proceso inacabado de reforma de las instituciones de la Unión Europea. Más aún: esta crisis ha demostrado la debilidad de las instituciones vigentes. La deficiente operativa del Banco Central Europeo, su entreguismo a los intereses del Bundesbank,  es un ejemplo sintomático.

Así pues, una conclusión se impone: no habrá impulso decisivo para Europa mientras los ciudadanos que vivimos en este continente no podamos elegir a nuestro gobierno europeo, que, hoy por hoy, no existe como tal. 

Para recuperar la ilusión en una Europa capaz de reinventarse y profundizar en valores netamente democráticos será preciso que, tarde o temprano, los europeos podamos designar directamente, a través de procedimientos electorales libres, a quien debe decidir el rumbo de la “comunidad” europea. Nos no equivoquemos de ruta: lo que necesitamos es más democracia.     

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