18/1/13

NO A LA IMPUNIDAD DE LOS PARTIDOS POLÍTICOS



Está la realidad que proviene de la naturaleza y de nuestra evolución dentro ella como especie. Una especie animal muy singular (lo he dicho bien: animal), porque hemos transitado, aunque menos de lo que parece, desde la existencia por instinto a su combinación con el pensamiento, con la conciencia de “estar vivo”.

Y está esa otra realidad diferente, precisamente la creada por el pensamiento, las ideologías, y las acciones y omisiones que nacen de tales factores. Y ahí, el ser humano, y en particular el “homo-políticus”, es un desastre absoluto.

Podríamos citar tantos ejemplos, que es mejor quedarse con lo llamativo. Aludamos al caso de los ERE en Andalucía, en el que dinero público destinado a políticas de empleo se han evaporado y ningún alto cargo está dimitido por propia voluntad, sino forzado por las imputaciones judiciales.

O aludamos al asunto, más reciente, del señor Bárcenas, extesorero del PP que aún mantiene su despacho en la sede de calle Génova. Le descubren veinte millones de euros en cuentas bancarias radicadas en Suiza, un dineral de presunta procedencia delictiva, y el partido en el Gobierno despacha el asunto, no ya con una Comisión de Investigación que a ningún resultado veraz conduce, como sucedió en el citado affaire andaluz, sino con un “no darse por aludido", con un “es cuestión ajena y que cada palo aguante su vela”. Hacerse el suizo, si me permiten la triste broma.

¿Y qué podemos decir de Unión Democrática de Cataluña, cuyos dirigentes han solventado un escándalo de corrupción sin condena penal debido a que la investigación duró dos décadas, lo que abocó a un juicio tardío, es decir, ineficaz?  

No es carecer de ética. Ni siquiera es cinismo. Es peor. Es la resultante de su aleación perversa. Los partidos políticos, en cuanto entidades diferenciadas de sus miembros, y aunque la Constitución los haya configurado piezas esenciales del sistema, gozan de un espacio de impunidad intolerable en un estado democrático a la altura de los tiempos. Si el análisis racional no me engaña, habrá que concluir que o bien fallan los partidos, o bien falla el sistema que les considera tan elementales para la convivencia pacífica.

Un sistema político democrático debe proteger según los cánones de la existencia humana. Los parámetros de subsistencia personal, de vida digna, sólo se predican de las personas físicas, de los entes respirantes como usted y como yo, porque no somos creación alguna de ningún legislador, no somos una ficción jurídica, sino fruto vivo de esa evolución tan trasegada en la que todos estamos inmersos desde siempre. Esos parámetros en modo alguno son atribuibles a los entes cuyo funcionamiento se debe al artificio de la ley.

Un sistema que enfatiza la ficción jurídica antes que al ser humano concreto y, en consecuencia, acaba protegiendo a los partidos políticos hasta los extremos que venimos comprobando hace mucho, pero con más crudeza desde que estalló la actual crisis financiera, es, por más justificaciones que queramos encontrar, un sistema fallido.

No se trata de someter el debate político y la ejecutoria de los partidos a una ley de nuevo cuño tan rígida, que al final linde con lo inconstitucional. Pero habría que ir pensando en una reforma de la Ley Orgánica de Partidos Políticos. Su finalidad sería impelerles, no ya al funcionamiento interno democrático, sino a la honestidad, a la limpieza. Tal y como pretende el sistema que seamos todos. Este panorama hediondo no puede seguir así. La pobreza y la indignación crecientes de los que necesitan respirar no lo tolerarán.  

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