Levanten los dedos quienes lleven ahora la vida que algún
día imaginaron.
Levanten todos los dedos si es necesario y sonrían
grandiosos.
Pero sin opulencia, por favor.
Pues algunos miramos dentro, miramos en derredor,
y nos decimos con palabras imprevistas, que son lanzas en batalla:
y nos decimos con palabras imprevistas, que son lanzas en batalla:
¿Es real esta amargura que nos nace sedienta?
¿Por qué un acorde me atraviesa el pecho y llega hasta el
ser,
y lo destroza sin piedad, mientras muestra una suerte de tristeza hecha
hermosura?
¿Por qué sólo así me siento vivo, a veces?
¿Tan romántico es mi corazón? ¿Tan esparcida se siente mi
simiente?
¿Tan extraña, tan ardua, tan inverosímil ha de ser la vida?
Llevanten los dedos quienes estén libres de congojas, de muertes, de hambre,
y sean mis maestros, los adalides de mis sueños, fiel
reflejo de mi esperanza más pequeña.
Que los levanten ufanos y valientes como estambres que se colman de
suave polvareda,
una mañana convertida en tacto de flor perpetuando la
herencia de los dichosos.
Que se muestren a mis ojos.
Quiero ver cómo es vivir cerca
del mar,
acotar una pradera y respirar sin ansiedades,
y arrebatarle al
tiempo todos los días que transcurren
para hacerlos míos, enteramente míos,
sin
otro dueño que mi nombre y tal vez la compañera.
Pues no puedo regresar y
traerme las cosas partidas.
A dios y a mis miedos he de vencer con la mirada.
A dios y a mis miedos he de vencer con la mirada.
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