15/1/13

TÚ, EL EMPREDEDOR



Las crisis también tienen su imaginario, sus pócimas secretas, sus trasfondos argumentativos. Entre otros arcanos, hemos invocado a los emprendedores como instrumento para salir de la que venimos arrastrando desde septiembre de 2007. En realidad, ¿a qué o quienes estamos aludiendo?

Tal vez hagamos referencia al trabajador autónomo con un pequeño establecimiento que a duras penas soporta la competencia de las grandes superficies. O a aquellos que unen con maestría el ánimo de lucro con la implantación de tecnologías eficientes y legislación laboral hiper-flexible, para que los costes de producción resulten más competitivos en la economía financiera globalizada. 

Incluso es probable que la costumbre de la corrupción nos fuerce a reservar el término <emprendedor> al político que, luego de privatizar servicios públicos, ficha con un sueldo astronómico por la empresa que milagrosamente ganó el concurso para prestarlos.

La realidad es mucho más simple y compleja. Más paradójica. Porque emprendedores somos todos. De hecho, la existencia humana es emprender. De donde se extrae que hemos restringido en exceso la acepción del concepto, cuya riqueza es amplia. Más aún: la acepción de raíz capitalista no necesariamente apunta al más noble de sus diversos matices, pues puede implicar tomar atajos, carecer de escrúpulos, rayar la ilegalidad cuando no directamente perpetrar delitos, y pervertir otra noción igualmente válida e imprescindible: la de <mérito>.

Esta confusión entre palabras y significados no oculta, más bien demuestra, un rasgo esencial de la transformación a la que, poco a poco, se han visto obligadas las sociedades occidentales desde la caída del Muro de Berlín hasta llegar al colapso en que ahora sobreviven. Ese rasgo es la hipertrofia del sistema.

Economistas y sociólogos de diferente signo y cariz ideológico subrayan ese dato por encima de cualquier otro: nuestro modo de producir, distribuir y consumir es insostenible. El sistema se ha abultado tanto, se ha hinchado tanto, se ha podrido tanto, ha devorado tanto, que la crisis actual no es sino el gran miasma que inevitablemente debía estallar tarde o temprano.

Y lo peor es que las medidas de asepsia que están adoptándose para combatir la pestilencia expandida son inútiles porque provienen “de dentro” de ese sistema agonizante. Austeridad, alza radical de impuestos dirigida a las capas sociales medias, mercado laboral asfixiado, quiebra de las prestaciones públicas (salud, educación, pensiones), empobrecimiento de masas, instituciones políticas lentas e inoperantes, creciente e imparable decepción democrática… Todo ello en su conjunto vendría a dibujar algo así como los destellos luminosos del oasis: creemos que hay vida tras la larga y dura travesía, justo cuando la sed nos apremia, pero en verdad sólo hay desierto. Arena y más arena.

En este panorama quedas tú, emprendedor. Alma viviente, humano solitario ante la inmensidad de un peligro indiscernible y enfermizo, angustiado por la pregunta que trae la mayor y más cruel de las incertidumbres: ¿podré comer mañana?  

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