A uno y otro lado de las bancadas
de los parlamentos, enseñoreados en sus siglas, estatutos, burocracias y
proclamas, los partidos políticos lanzan ideas para convencernos de que esta
crisis tiene arreglo.
Cada cierto tiempo somos
convocados al ritual de las urnas. Se supone que entonces decidimos nuestro
destino como sociedad y como seres humanos concretos. Luego vienen las
correcciones, las mentiras, los discursos estereotipados que funcionan igual
que los pretextos que nos damos cuando aún somos inmaduros. Luego vienen los
sufrimientos expandidos.
Político: sé que no lo harás,
pero olvídate de mí si pretendes adoctrinarme. Sé que no me comprenderás, pero
no soy marxista, socialista, de derechas o delator. Soy fruto, como todos
nosotros, de una historia personal y colectiva. Y cargo con ella dentro de mis
posibilidades.
Soy pequeño de cuerpo, he de
ganarme la vida. Muy grandes son mis miedos, pero mayores son mis esperanzas, mis
trabajos honrados y mis ganas de vivir en un espacio pacificado que nadie pueda
arrebatarme. Por eso, político, me indigno en silencio ante tu necedad,
ignorancia y prepotencia.
Político: la gente se ha ganado
el derecho de utilizar las palabras adecuadas para describirte. La gente se ha
ganado el derecho de menospreciarte. ¿Acaso no es este el ejemplo que nos
ofreces cuando insultas al oponente, robas con impunidad y nos fuerzas a la
pobreza moral y alimenticia?
Político: cuando procede, alabo
los progresos que consigues. Pero debemos poner el dedo en la llaga y
revolverla a conciencia, para que duela, porque para eso vivimos en democracia
y estás tan sujeto a la crítica como lo estuvieron los dioses, las fases
lunares o el origen de los volcanes. No eres un dogma inescrutable. Un día
fuiste niño y manchabas los pañales. Qué asquito dabas, vida mía. ¿Ya no te
acuerdas?
Así pues, político, ten en cuenta
esta premisa: no soy de tu cuerda. Yo elijo mis cadenas, tal como tú haces con
las tuyas, que las tienes y son muchas. La diferencia, sin embargo, es simple:
procuro no imponer las mías a los demás.
Político: puedes hacer daño;
incluso matarnos de hambre. Pero no eres tan enorme ni sacrosanto como para
merecer tanto sacrificio ajeno. No tienes derecho a viajar en primer clase, ni
a la tarjeta de crédito ilimitado, ni a considerarnos niños de teta, mientras
haya una sola persona desesperada a causa de tus desmanes. Mientras haya una
sola persona al borde del desquiciamiento, deberías guardar silencio si no eres
capaz de plantear soluciones.
Político: por principio deberías
saber que las bancadas no te pertenecen y que la vida, como los vientos, viene
y va dando vueltas, propinando empellones y dejando heridas que tardan en
cicatrizar. Deberías saber que lo mismo que hoy estás, mañana desapareces,
regresas al anonimato de donde provienes. Por principio deberías saber que este
el principio si quieres ser auténtico político que se precie.
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