10/12/12

ROSA PROFUNDA



Toqué el amor con mis manos.
Llegué a su lado y quise apoderarme de él.
Y lo conseguí. O eso creí.

Di mi luz de grises sin perlas, mi sombra coloreada,
mis esquinas sin rincones.
Di lo mejor que había en mi alma. O eso creí.

Pues di también las joyas muertas de mi pasado,
mi confusión creciente, la palabra que hiere hasta morir.
Y recibí dolor. Y el dolor era amor. O eso creí.

            Alguien, a oscuras, chilla sobre el escenario
            y no son blancas palomas sus gritos
sobrevolando los espacios,
            sino esquirlas que calientan el aire,
            hielo y vidrio cortante que te atragantan.

            Cada pedazo mío con dos caras y mil truhanes acechando.
            Cada irrupción de placer, un desencuentro futuro.
            Cada gramo de tu ternura regalada, una insuficiencia
para este niño-hombre que vivir sin ti no sabe.

            Pues es imposible no volver a ver tu boca abierta
            pintando de azul y llamarada la soledad de mis espejos,
            cuando era yo quien te amaba
            y mi amor era invasión enaltecida,
            dureza de semilla que se ablandaba, fruto perecedero.

Ay, amor. En mis labios que son grietas y ceniza lo escribió el fuego:
cuánto daño te hice, yo el insensato, ataviado con mi disfraz de amante sin dueño.
Ay, amor. No soporto tantas llagas en tu piel cuando amanece.
Son como diamantes que me devoran partidos,
como sonrisas de otro tiempo que se desvanecen.

Ay, amor. Va matando a poquitos
esta frialdad que se entremete
y hasta las tristezas nos arrebata.
Ay, amor. Qué difícil decirte adiós
mientras el agua impura del estanque no se aclara.
Ay, amor que fuiste pétalo bajo mi lecho,
por tu dolor tan intenso en mi culpa tenaz me maldigo,
y restallan látigos que caen sobre mi espalda muda.

Amor sin nombre ni cuerpo ni belleza,
por dios, crece otra vez desde lo pequeño.
Pues lo prometo: merecerte será mi única promesa.

Porque he amado, pero ahora aprende mi alma en su desgarro
que amar no basta. También hay que ver el alma ajena,
tan extraña, tan semejante, que uno proclama que ama.
Y cuidarla del pánico y del viento, y pulirle las espinas.
Porque el amor es una rosa profunda que, aparte de flor,
mujer y criatura, es tu musa, es la vida.

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