Una de las claves que rige
nuestra vida es la imposibilidad de responder con acierto pleno a todos los
porqués que sobrevienen conforme vamos creciendo. Entonces, sólo entonces, es
posible que empecemos a comprender el sacrificio que hicieron quienes nos anteceden
para que nuestra existencia evolucionase hacia un mayor equilibrio. Hacia la
libertad y la democracia.
Ellos dieron la cara a la tarea de vivir lo mejor que pudieron. Se enfrentaron, como nosotros, a peligros ancestrales: el hambre, las necesidades sin cubrir, el miedo a la soledad, las heridas de las humillaciones, la ambición tentacular del poder sea cual sea su naturaleza, las dificultades inherentes al amor, a la convivencia conyugal y a educar a un hijo para que no sufra, ni haga sufrir.
Ellos dieron la cara a la tarea de vivir lo mejor que pudieron. Se enfrentaron, como nosotros, a peligros ancestrales: el hambre, las necesidades sin cubrir, el miedo a la soledad, las heridas de las humillaciones, la ambición tentacular del poder sea cual sea su naturaleza, las dificultades inherentes al amor, a la convivencia conyugal y a educar a un hijo para que no sufra, ni haga sufrir.
Lo confieso: aunque parezca una
paradoja, los porqués empiezan a importarme menos que las respuestas. Pues
despejar los interrogantes esenciales que la vida nos cruza por el camino está
en nuestras manos. Podemos hacerlo a la luz del día.
Quiero romper una lanza a favor
de la familia. No de esa familia rígida, fabricada con frialdad y ostracismo
intelectual y emotivo, caduca y caducante, que sirve de instrumento al
status-quo establecido. Rompo mi pequeña lanza por la familia común, formada
por currantes hechos a sí mismos en la medida de sus posibilidades, que dieron
a sus hijos cuanto tenían en un país tan desagradecido con el esfuerzo y el
mérito de los que vienen de abajo, aunque lo valgan.
Rompo mi lanza por la
familia normal que soporta los cruentos embates de los egoístas que han
ingeniado esta crisis canalla. Concédanme la venia, se lo ruego, porque sir ir
más lejos rompo una lanza por mi familia, que en el fondo no es tan distinta de
la mayoría. Concédanme la venia, por favor. Porque esa es la familia que hoy se
halla en verdadero peligro.
En una de sus piezas más
tranquilas y lacerantes, Bunbury desgarra la voz y dice: “Canto porque me canso
de dar explicaciones. No tengo soluciones. ¿Para qué tanto preguntar? Y no hay
mejor ni peor, pues con la gente que tropiezo sufre el mismo dolor. Si estás quieto o en
movimiento, el mismo dolor.”
Y es cierto: todos los porqués
que podamos plantearnos en la vida se resumen en una sola respuesta: estás
aquí. Y llega un momento en que acto, consecuencia y
responsabilidad van indisolublemente unidos. Pero con frecuencia nuestro estilo
de vida achatado, consumista, pendenciero, neurótico, nos impide ver que
necesitamos el sufrimiento de la pérdida para darnos cuenta de que, junto a los
hechos inevitables, había otros que nuestra inmadura voluntad ha provocado.
Y cuando
así sucede lo mejor que podemos hacer tras el llanto, aunque resulte irónico y
triste, es darnos la enhorabuena: al fin te has hecho adulto. Como los que te
antecedieron. Murieron la infancia, la pubertad, la adolescencia… Tantas cosas
murieron.
Y a pesar
de las cargas, que pesan lo suyo aunque sean invisibles, todo comienza de nuevo
cada día. Es así. No les demos más vueltas al sentido (¿o sin-sentido?) de
vivir. Estamos solos rodeados de semejantes con los que debemos compartir, al
tiempo que tratas de reservar para ti un espacio en este mundito tan extraño.
Por eso rompo una lanza por quienes logren sobrevivir a esta crisis corrosiva
sin perder la dignidad. Sólo ellos podrán construir un futuro más honesto.
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