18/12/12

LOS PORQUÉS



Una de las claves que rige nuestra vida es la imposibilidad de responder con acierto pleno a todos los porqués que sobrevienen conforme vamos creciendo. Entonces, sólo entonces, es posible que empecemos a comprender el sacrificio que hicieron quienes nos anteceden para que nuestra existencia evolucionase hacia un mayor equilibrio. Hacia la libertad y la democracia.

Ellos dieron la cara a la tarea de vivir lo mejor que pudieron. Se enfrentaron, como nosotros, a peligros ancestrales: el hambre, las necesidades sin cubrir, el miedo a la soledad, las heridas de las humillaciones, la ambición tentacular del poder sea cual sea su naturaleza, las dificultades inherentes al amor, a la convivencia conyugal y a educar a un hijo para que no sufra, ni haga sufrir.

Lo confieso: aunque parezca una paradoja, los porqués empiezan a importarme menos que las respuestas. Pues despejar los interrogantes esenciales que la vida nos cruza por el camino está en nuestras manos. Podemos hacerlo a la luz del día.

Quiero romper una lanza a favor de la familia. No de esa familia rígida, fabricada con frialdad y ostracismo intelectual y emotivo, caduca y caducante, que sirve de instrumento al status-quo establecido. Rompo mi pequeña lanza por la familia común, formada por currantes hechos a sí mismos en la medida de sus posibilidades, que dieron a sus hijos cuanto tenían en un país tan desagradecido con el esfuerzo y el mérito de los que vienen de abajo, aunque lo valgan. 

Rompo mi lanza por la familia normal que soporta los cruentos embates de los egoístas que han ingeniado esta crisis canalla. Concédanme la venia, se lo ruego, porque sir ir más lejos rompo una lanza por mi familia, que en el fondo no es tan distinta de la mayoría. Concédanme la venia, por favor. Porque esa es la familia que hoy se halla en verdadero peligro.

En una de sus piezas más tranquilas y lacerantes, Bunbury desgarra la voz y dice: “Canto porque me canso de dar explicaciones. No tengo soluciones. ¿Para qué tanto preguntar? Y no hay mejor ni peor, pues con la gente que tropiezo sufre el mismo dolor. Si estás quieto o en movimiento, el mismo dolor.”

Y es cierto: todos los porqués que podamos plantearnos en la vida se resumen en una sola respuesta: estás aquí. Y llega un momento en que acto, consecuencia y responsabilidad van indisolublemente unidos. Pero con frecuencia nuestro estilo de vida achatado, consumista, pendenciero, neurótico, nos impide ver que necesitamos el sufrimiento de la pérdida para darnos cuenta de que, junto a los hechos inevitables, había otros que nuestra inmadura voluntad ha provocado.

Y cuando así sucede lo mejor que podemos hacer tras el llanto, aunque resulte irónico y triste, es darnos la enhorabuena: al fin te has hecho adulto. Como los que te antecedieron. Murieron la infancia, la pubertad, la adolescencia… Tantas cosas murieron.

Y a pesar de las cargas, que pesan lo suyo aunque sean invisibles, todo comienza de nuevo cada día. Es así. No les demos más vueltas al sentido (¿o sin-sentido?) de vivir. Estamos solos rodeados de semejantes con los que debemos compartir, al tiempo que tratas de reservar para ti un espacio en este mundito tan extraño. Por eso rompo una lanza por quienes logren sobrevivir a esta crisis corrosiva sin perder la dignidad. Sólo ellos podrán construir un futuro más honesto. 

   

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