4/12/12

LA MORAL DE LOS BELLACOS



La detención de Díaz Ferrán, ex presidente de la CEOE, nos enfrenta a tantos interrogantes como constataciones. Constatamos, sin ir más lejos, que el sistema económico capitalista en el que hemos nacido y convivimos nutre en sí mismo el nocivo germen de la miseria moral. Y nos preguntamos, por ejemplo, cómo es posible que un personaje de tan negra ejecutoria haya llegado a ocupar la más alta dignidad dentro de la organización que reúne a las mayores empresas de este país.

Nuestra Constitución garantiza que los empresarios pueden aglutinarse en torno a instituciones privadas que defiendan y promuevan sus intereses, es decir, que hagan del lucro un estilo de vida al tiempo que se erigen en piezas esenciales para la distribución de bienes y servicios.

Pero, aun respetando este axioma capitalista básico, sabemos que las empresas nunca logran sus objetivos por sí solas, ya que requieren el concurso de trabajadores de diferente cualificación, es decir, la inmensa mayoría que no quiere ser empresario o no puede serlo aunque se lo proponga, pero que, como ante todo necesita vivir, demanda y consume los bienes que las empresas producen.

En este equilibrio difícil se movía el sistema después de la IIGM. Mas empezó a quebrarse a marchas forzadas tras la caída del Muro del Berlín, momento decisivo que simboliza un acontecimiento nunca hasta entonces dado en la laboriosa y sangrienta historia de la humanidad: todo el planeta se transformó en potencial consumidor y, a la vez, en suministrador barato de mano de obra y materia prima. A este fenómeno alguna mente astuta dijo llamarlo “Globalización”, “Fin de la Historia” o misteriosas expresiones parecidas. 

No se engañen. Sólo había ocurrido un hecho inédito: el mundo había roto su polaridad comunismo/capitalismo. Y engáñense menos: por muy roñosas y autoritarias que fueran las propuestas comunistas (que lo eran), servían de contrapeso ideológico al capitalismo, de ahí que desde su práctica aniquilación nuestras necesidades hayan sido jauja para el capital, sobre todo para el de naturaleza financiera: capital archi-acumulado que sólo busca crecer cuanto más mejor, pero sin importarle el coste que su impúdica codicia implica para los que están alrededor, sea el vecino o un país entero.

Creo en las empresas. En casi todas ellas. ¿Cómo no iba a creer, si emprender creyendo en lo que uno hace es lo que da sentido a la vida? Por eso con la misma convicción creo en el Estado democrático, social y de derecho. Por más que rebusquemos en el pozo de nuestra memoria, no se hallará ninguna fórmula mejor para que todos vivamos un poco más tranquilos. En lugar de erosionarlo, esta crisis debería estar sirviendo para que nos diésemos cuenta de que muchos frágiles equilibrios se estaban agrietando. De hecho, se han agrietado ya. Tanto, que es preciso reequilibrar pronto la balanza.   

Creo en las empresas, pero no al precio de que todo sea sacrificio y explotación de los más débiles. Por eso creo también que Díaz Ferrán es la viva imagen de la globalización a la manera chusca de esta Iberia sumergida. Daba grima oírle dar lecciones. Según los procedimientos penales instruidos en su contra, esta clase de gente había hecho de la delincuencia económica a gran escala su único leit motiv en esta vida. En lenguaje llano: según dichas causas penales, eran unos bribones. Tal vez unos enfermos del lujo, el estatus o el poder. Y ahora preguntémonos: ¿de qué pasta está hecha la moral de los bellacos?         

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