A veces se secan las palabras.
Porque uno está cansado. Porque nos damos cuenta de que la vida no es como nos
contaron, tampoco como habíamos imaginado. Y la realidad, tras un balance inicial
desfavorable, terminó imponiéndose con todas sus aristas.
Es en la realidad donde
respiramos cada día. Es ahí, en ese espacio del presente que también se forma
de herencia recibida, donde viven tu familia impuesta y la elegida, los
amigos que se fueron o dejaste marchar, la pareja que estás a punto de romper,
o de sufrir su ruptura, para volver a amar. Es ahí donde tu vecino pasa hambre
o es más afortunado que tú, pero en el fondo igual de solitario en este mundo
poblado de presencias tan semejantes. Es ahí donde el gobernante lo intenta,
pero no puede transformar el poder en fuente de auténtica riqueza universal. Es
ahí donde, de su mano, se mantiene la miseria. Es ahí, a golpe seco de palabras
que describen hechos horribles y milagrosos, donde evolucionamos los humanos.
Trazar una línea divisoria
diáfana que nos permita distinguir entre realidad y ficción es tarea tan ardua
como necesaria. El arte, producto más acabado de proyectar otra realidad a
partir de la que vivimos, no oculta, más bien enseña, que nunca logra su
objetivo radical: escapar de la prisión de lo real. No oculta que este esfuerzo
resulta titánico, porque hacemos arte tomando siempre como referencia a la
realidad, aunque no seamos conscientes de esta limitación. En el proceso todos
hemos recibido, alguna vez, una herida profunda, por sorpresa, provocada por
nuestra musa particular. Todos, alguna vez, hemos dado muerte a la inspiración.
Y cuánto nos duele y arrepentimos más tarde.
Se secan las palabras porque a
veces es mejor callar. Porque otras prioridades nos reclaman imperiosamente.
Porque tanto ruido de palabras nos agota y desvía del camino sin borrar un poco
la senda de nuestras preocupaciones.
Ignoro cuál será el desenlace de
esta realidad de hoy. Los que caminamos a pie padecemos déficit de información,
factor imprescindible para vaticinar el futuro, y no porque no se difundan noticias
veraces, sino más bien porque la veracidad dura apenas un instante. Vivimos tan
vertiginosamente, tan medrosos, tan atrapados en indicadores macroeconómicos,
en discursos políticos y en sus traducciones periodísticas, que el pensamiento apenas
se recoge, apenas se riega por dentro. Y se secan las palabras.
Pensamiento y acción: mediante su
combinación los seres humanos construimos la realidad, aunque invoquemos el
nombre secreto de dios, de cualquier dios. Somos los responsables de las
tiranías, el oprobio y la mendacidad. Somos esas criaturas tan singulares que
antes de conocer al otro tal cual es, y respetarlo, nos pusimos a construir
máquinas sofisticadas que surcan el universo. Se diría que nos mueve la termodinámica
en lugar de la solidaridad. Somos animales yendo a lo grande. Y, vualá, nos hemos
dado de bruces con el muro imponente de la realidad que nosotros mismos hemos
creado.
Se secan las palabras. Porque
esto no es el crack de 1929, aunque gota a gota se le va pareciendo. Y sin
embargo, abrigo cierto optimismo. La gente a la que quiero sigue ahí, en esta
vida compartida tan llenita de lo real. La gente tenemos nuestros momentos de
paz. Hay que escarbar mucho, pero se encuentran.
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