En una red social alguien cuelga el post que en seguida transcribiré. Pido permiso para compartir, pero en realidad me asaltan las manos, me tiembla el pensamiento y siento indignación. No puedo resistirme y escribo estas líneas, tal vez porque no puedo hacer otra cosa. El post dice así: “Mis padres han estado en el ambulatorio. Había un diabético que ha ido a decir que dejaba el tratamiento porque ya no podía pagar la insulina. La enfermera le ha dicho al médico: Este hombre se morirá. El horror.”
La gran pregunta
es si un Gobierno de otro signo estaría llevando las cosas tan
lejos a fin de cumplir los draconianos objetivos de déficits públicos impuestos por Alemania.
En su día cedimos soberanía a la Unión Europea, pero no fue para que los votos
de los ciudadanos de otros país decidieran quién debe suicidarse en España,
Grecia o Portugal, quién debe ser desahuciado, quién debe apechar con las
consecuencias de esta crisis poniendo en jaque su salud, su educación o su
medio de vida.
No soy nacionalista. Las fronteras no me gustan, pero esta Europa
vieja y desnortada empieza a resultar miásmica porque está machacando a marchas
forzadas el esfuerzo de generaciones enteras que en el pasado sacrificaron
cuanto tenían para traer una democracia moderna y equilibrada, donde los
privilegios de clase fueran enterrados en el baúl de nuestra convulsa historia.
No se consiguió, desde luego, pero parecía que poco a poco avanzábamos por la
senda correcta. Ahora, las generaciones actuales tienen por delante un futuro
preñado de décadas de retroceso. Una paradoja más de las muchas que está
provocando esta crisis bestial que no ha tocado fondo. Otra es el retorno sutil
al imperialismo que está forjando la Alemania de Merkel ante la atónita mirada
de sus vecinos.
¿Quién es el culpable de que un enfermo de diabetes no pueda pagar
la dosis de insulina que necesita no ya para llevar una vida digna, sino
simplemente para sobrevivir? ¿Quién es el responsable del progresivo deterioro
de nuestra calidad de vida? ¿Quién está enriqueciéndose con el sufrimiento
ajeno? Que la historia siempre es una pugna por la igualdad de oportunidades
debería habernos enseñado que la democracia se sustenta sobre su fragilidad
porque siempre está amenazada en su raíz: el alimento debe repartirse, el
egoísmo innato de las sociedades industrializadas, tecnificadas, adormecidas,
debe sofrenarse.
Son banales mis interrogantes. Todos sabemos ya de quién es la
culpa. El impenetrable mundo de las finanzas nunca se divorció de otro no menos
tenebroso: la política puesta al servicio del incremento de la pobreza material
y espiritual del ciudadano común. La culpa es del sistema, porque es
esquizoide, neurótico, un dislate. Vivimos una época donde, por debajo de grandiosas
promesas de prosperidad, el valor de lo netamente humano se desnaturaliza hasta
la indignidad si se le compara con un cheque al portador. Ocurrió en 1929 y
aunque con menos virulencia el patrón de conducta empieza a repetirse.
El post que he transcrito y que ha suscitado estas líneas ha
generado muchos comentarios de los usuarios de la red social. Alguien
proclamaba que había que hacer algo. Que esta situación no podía prolongarse
por más tiempo. Pregunté si el diabético era un inmigrante. Al rato me he dado
cuenta de mi mezquindad: está crisis nos afecta a todos y debemos tomarla muy
en serio.
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