23/10/12

EL AMANTE Y LA DONCELLA



Que la psique humana todavía es un gran misterio lo demuestran sucesos dramáticos como el acontecido en El Salobral. ¿Qué razones llevan a una niña de trece años a mantener relaciones sentimentales con un hombre que, por edad, podría haber sido su padre? ¿Qué necesidad imperiosa y distorsionada de compañía puede persuadir a un hombre maduro para creer que resulta sensato sentirse enamorado de una mujer que podría ser su propia hija?
    
En el relato “El avión de la bella durmiente”, de García Márquez, el protagonista, intensamente encandilado por la hermosura de la pasajera desconocida que comparte con él asiento en un vuelo trasatlántico, recuerda que los ancianos de la alta burguesía japonesa pagan sumas astronómicas por pasar una sola noche contemplando a muchachas vírgenes, desnudas y drogadas. Los ancianos no pueden tocarlas ni despertarlas, “porque la esencia del placer era verlas dormir mientras ellos agonizan de amor en la misma cama”. 

Sin embargo, lo que termina como una destrucción no puede ser amor auténtico ni en el mundo inmaterial de uno de los escritores más prolíficos de nuestro tiempo, ni menos aún en la vida real.

Es posible que la solitaria niña de El Salobral haya trazado el oscuro camino de su temprana muerte cuando por inmadurez, búsqueda inconsciente de una figura paterna o protectora desaparecida, o por otras razones que tal vez nunca averiguaremos, dio comienzo a una relación afectiva dispar, impropia de su pubertad.

Pero la destrucción no sobrevino entonces con toda su virulencia. La destrucción total sobreviene en el instante en que no aceptamos que el otro, sea cual sea su edad, se muestra capaz de modificar el sentido de su voluntad y rectifica.

Hubo un momento en que ella dijo “no”, que ya bastaba. Quien resultó inhábil para soportar la ruptura inherente a la posterior negativa fue el hombre supuestamente adulto. Y es aquí donde la narración de lo acontecido en la vida real abandona el lugar común del amor, aunque tenga por objeto a una adolescente, para entrar de lleno en el intrincado laberinto de las obsesiones, la desesperanza y la psicopatología.

Todos hemos muerto un poco en El Salobral. Todos hemos dejado allí parte de nuestro potencial amoroso. Pues por las alturas de la tragedia sobrevuela incesante una pregunta que reclama nuestra respuesta: ¿vivimos a favor de nuestra naturaleza o nos estamos empeñando en ir contra natura?  

En el sublime cuentecito de García Márquez el desenlace roza la magia. Mientras la anónima pasajera se acomoda y dormita con delicia, el protagonista, henchido de pasión, se las arregla para imaginar que la cabina del avión, ya en penumbra, es una cámara nupcial y ellos los únicos consortes del universo. Y evoca su memoria caliente los versos suaves de Gerardo Diego: “Saber que duermes tú, cierta, segura, cauce fiel de abandono, línea pura, tan cerca de mis brazos maniatados”. En la vida en prosa, el amante y la doncella también duermen su letal sueño de amor. 

      

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