Que la psique humana todavía es
un gran misterio lo demuestran sucesos dramáticos como el acontecido en El
Salobral. ¿Qué razones llevan a una niña de trece años a mantener relaciones sentimentales
con un hombre que, por edad, podría haber sido su padre? ¿Qué necesidad
imperiosa y distorsionada de compañía puede persuadir a un hombre maduro para
creer que resulta sensato sentirse enamorado de una mujer que podría ser su propia
hija?
En el relato “El avión de la
bella durmiente”, de García Márquez, el protagonista, intensamente encandilado
por la hermosura de la pasajera desconocida que comparte con él asiento en un
vuelo trasatlántico, recuerda que los ancianos de la alta burguesía japonesa
pagan sumas astronómicas por pasar una sola noche contemplando a muchachas
vírgenes, desnudas y drogadas. Los ancianos no pueden tocarlas ni despertarlas,
“porque la esencia del placer era verlas dormir mientras ellos agonizan de amor
en la misma cama”.
Sin embargo, lo que termina como
una destrucción no puede ser amor auténtico ni en el mundo inmaterial de uno de
los escritores más prolíficos de nuestro tiempo, ni menos aún en la vida real.
Es posible que la solitaria niña
de El Salobral haya trazado el oscuro camino de su temprana muerte cuando por
inmadurez, búsqueda inconsciente de una figura paterna o protectora
desaparecida, o por otras razones que tal vez nunca averiguaremos, dio comienzo
a una relación afectiva dispar, impropia de su pubertad.
Pero la destrucción no sobrevino
entonces con toda su virulencia. La destrucción total sobreviene en el instante
en que no aceptamos que el otro, sea cual sea su edad, se muestra capaz de
modificar el sentido de su voluntad y rectifica.
Hubo un momento en que ella dijo “no”, que ya bastaba. Quien resultó inhábil para soportar la ruptura inherente a la posterior negativa fue el hombre supuestamente adulto. Y es aquí donde la narración de lo acontecido en la vida real abandona el lugar común del amor, aunque tenga por objeto a una adolescente, para entrar de lleno en el intrincado laberinto de las obsesiones, la desesperanza y la psicopatología.
Hubo un momento en que ella dijo “no”, que ya bastaba. Quien resultó inhábil para soportar la ruptura inherente a la posterior negativa fue el hombre supuestamente adulto. Y es aquí donde la narración de lo acontecido en la vida real abandona el lugar común del amor, aunque tenga por objeto a una adolescente, para entrar de lleno en el intrincado laberinto de las obsesiones, la desesperanza y la psicopatología.
Todos hemos muerto un poco en El
Salobral. Todos hemos dejado allí parte de nuestro potencial amoroso. Pues por
las alturas de la tragedia sobrevuela incesante una pregunta que reclama nuestra respuesta: ¿vivimos a favor de nuestra naturaleza o nos estamos empeñando en
ir contra natura?
En el sublime cuentecito de
García Márquez el desenlace roza la magia. Mientras la anónima pasajera se
acomoda y dormita con delicia, el protagonista, henchido de pasión, se las
arregla para imaginar que la cabina del avión, ya en penumbra, es una cámara
nupcial y ellos los únicos consortes del universo. Y evoca su memoria caliente
los versos suaves de Gerardo Diego: “Saber que duermes tú, cierta, segura, cauce
fiel de abandono, línea pura, tan cerca de mis brazos maniatados”. En la vida en
prosa, el amante y la doncella también duermen su letal sueño de amor.
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