20/9/12

TU NOMBRE NO ERA DE PLATA



Háblame de un solo corazón que no tenga heridas,
ni tramoya complicada suspendida en el aire de los besos
que fueron promesas,
y te diré que no es amor lo que tus palabras expresan,
pues en cada letra habla, por ti, tu inocencia.

En el quebrar de la inocencia: ahí habitamos a medida
que las edades avanzan.
En el cuerpo frágil del recién nacido,
en el niño de cuna que se alza
buscando el tacto, otra piel, una pirueta,
sin comprender que ya ha caído sobre él
el peso de crecer y volar sin las alas que nunca le adornaron:
ahí habitamos a medida que las ilusiones fracasan.

Tu nombre no era de plata. Ni el mío se apresuraba siempre
a quererte con los versos abiertos.
En la atracción inicial pudo sembrar su semilla
la discordia, el dolor, la mentira,
y la locura insoportable que ahora traza tajos y brechas.

Háblame de un solo corazón que no tenga heridas,
ni días oscuros como noches profundas,
y te diré que no es el amor quien en tus labios
pone alegrías y anhelos,
sino el miedo a vivir libre, como el día amanecido,
las horas que te quedan. 

Ese miedo intenso, tenaz, imperecedero,
que va contigo a cada instante, agazapado, tan dentro.
Ese miedo que es enemigo letal,
prisión invisible, soledad que se afana por hallar
palabras ciertas que hablen, por dios, de corazones sin heridas.

Y entonces todo (el respirar a dentelladas,
la metralla que atravesó al soldado sin patria,
el alambre que rodeaba la estructura de tu cuerpo,
el humo quemándome, mi rencor estremecido)
sea un mal sueño. 

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