Grito del ateo doliente: “Díos
mío, he de soportar la realidad. Desaparece del temeroso imaginario en que te implanté
y déjame comprender que necesito mi conciencia porque soy yo, criatura débil
cargada de defectos, quien existe. Déjame proclamar que me entiendo mejor con
aquellos creyentes que no fabrican látigos en defensa de su fe. Déjame rezarte en
tus templos para asumir con dolor que debo aprender de ellos.”
Grito del político consumado ante
la militancia durante un mitin electoral: “Os amo, votadme, amadme. Porque
propiciáis que no me desprenda de mi anhelado disfraz.”
Grito de la muchedumbre mitinera
y expectante ante la solución mágica: lo siento, aquí no hay grito que valga.
Hay aplausos y exaltación colectiva. Pura idolatría y marketing.
Grito del arrepentido: “Sobre
todo, soy un irresponsable, un inconsciente, un temerario.”
Grito del neurótico que, a
poquitos, va sanándose: “Mi vida emocional se construyó sobre una gran mentira.
Ahora debo duelar el tiempo irrecuperable para no engañarme más, y poder dar y
recibir autenticidad.”
Grito del psicoanalista cuando
termina la sesión y reposa en su diván particular: “Este paciente tan inmaduro me
tiene hasta los cojones.”
Grito del objetivista radical: “El
mundo es ciencia y la ciencia, una disección interminable del mundo.”
Grito del subjetivista
ensimismado: “A mi narcisismo le molesta el mundo y las personas que lo habitan.
Por eso manipulo.”
Grito del loco en un intenso,
fugaz, momento de lucidez: “No perdí la razón. La razón me perdió a mí.”
Grito callado en los bares, en
los hogares, en las tertulias, en las calles: “Esto va a reventar.”
Grito del niño: “Aún no entiendo
la existencia. Aún no sé lo que me espera. Por eso estoy llorando aunque no
vierta lágrimas.”
Grito del adulto: “No puedo
creerlo. A mi edad aún necesito llorar como un niño asustado.”
Grito compungido de la mujer
maltratada: “Yo no era de nadie. Los correazos duelen menos que haber estado
sometida como una esclava. ¿Cómo pude permitirlo?”
Grito horrible del acosador: “Quiero
avasallar, quiero destrozar, quiero poseer, quiero envidiar. No quiero ver que
me avasallaron y destrozaron y lo estoy pagando con inocentes.”
Grito del terrorista que abandona
sus ideales mortíferos: “A mis víctimas los supuse cosas en lugar de seres
vivos. Pero su sangre derramada era también mi sangre.”
Grito de la soledad: “A veces
estoy tranquila. A veces soy un paréntesis necesario para mi huésped. Pero, al
final, él siempre os necesitará.”
Grito del planeta: “Humanos, soy la
única morada. Pero me secáis, ensuciáis y explotáis. ¿Estáis locos?”
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