6/9/12

PRUDENCIA A DESTAJO



Aunque parezca lo contrario, la prudencia no preside ni guía nuestras vidas con la intensidad que sería necesaria. Negar que modula nuestra conducta cotidiana y, por tanto, nuestras relaciones con los demás, desde la pareja, los hijos, los amigos o el trabajo, supondría incurrir en una necedad tan grande como una catedral, pero tengo la impresión de que el vaso de la prudencia todavía está a la mitad de su capacidad real. Me incluyo, por supuesto.

Este déficit de prudencia es, pues, consustancial a nuestra humana naturaleza y se manifiesta en todos los ámbitos. Y albergo la convicción de que la profunda crisis que padecemos, que empezó hace cuatro años por el lado de la economía pero que lleva tiempo siendo una crisis cultural de primera magnitud, también hunde sus raíces en que nadie fue prudente, es decir, nadie respetó lo propio y lo ajeno.

Y es que respeto y prudencia son rasgos del carácter abocados a darse la mano en simbiosis forzada, tal y como deberían hacerlo los amantes si realmente apuestan por el buen funcionamiento de la vida en común que pretenden construir. La prudencia, el respeto, no eliminan el conflicto, pero son condiciones previas e inexcusables si nuestra intención es resolverlo.

En los últimos meses, las encuestas demoscópicas revelan que la clase política (deploro esta expresión, pero la utilizo para que nos entendamos) es percibida como uno de los principales peligros para mantener la cohesión social y para alcanzar la convivencia avanzada que propugna nuestra Constitución. Esta percepción tan nefasta que hemos ido larvando del proceder de nuestros políticos se debe a que nos hemos dado cuenta de que los gobernantes no han sido todo lo prudentes que se esperaba de ellos. 

El análisis no debería detenerse ahí, claro está. Porque dicha falta de prudencia arroja la sospecha –fundada en tantas ocasiones- de que muchos aspirantes a gestores que consiguieron el anhelado cargo se movieron por razones personales sin estar mínimamente cualificados para asumir la tarea de vigilar, fomentar y proteger los intereses generales. 

Pero si abundamos en el análisis aun nos toparemos de bruces con otra realidad todavía más pavorosa: mucha, mucha gente, muchos ciudadanos de a pie, también habíamos declinado nuestra parte alícuota de responsabilidad en la tarea. ¿La prueba? Nos quejamos y autocompadecemos como niños de teta ahora que malvivimos una avalancha de recortes de prestaciones sociales bajo la amenaza, además, de que el abismo no parece haber tocado fondo. Antes nadábamos en la abundancia, en la prosperidad consumista sin límite, creíamos haber alcanzado “el fin de la historia”. Qué ilusos, qué ignorantes. Qué imprudentes.
      


  
         

1 comentario:

diego dijo...

Siempre un placer leer algo tuyo Kiko
Un saludo