18/7/12

UNA NUEVA TRANSICIÓN


Respecto del actual Gobierno de la nación sólo caben un par de calificativos: mediocre e injusto. Mediocre porque ni uno solo de sus ministros, empezando por el primero de ellos, demuestra estar a la altura del crítico momento histórico que atravesamos. Injusto porque no puede ser casualidad que, para superarlo, haya puesto en práctica, a golpe de BOE, medidas draconianas que precipitan a la población al empobrecimiento general, al tiempo que deja intactos a los grupos sociales con más capacidad y recursos para echar una mano. ¿Dejar intactos, he dicho? Rectifico en el acto: olvidaba que este Gobierno también ha aprobado una ignominiosa amnistía fiscal.

Pero no nos engañemos. Ambos rasgos –la mediocridad y la injusticia- eran señas de identidad que venían larvándose, hasta estallar con virulencia, en esta sociedad hipócrita, huérfana de valores y desnortada a la que han conducido la avaricia de los especuladores, el arribismo político y la acomodación de la clase trabajadora. Sí, acomodación de la clase trabajadora. ¿O acaso los currantes creían (creíamos) que no había peligro de perder los derechos sociales una vez conquistados?

Aprendamos de nuestra reciente historia y enfrentémonos a la cruda realidad del momento presente: este país precisa otra Transición. Ya no se trataría de desmantelar las estructuras autoritarias heredadas de una guerra cruenta entre compatriotas. Se trataría de reverdecer los ideales de justicia social, equidad, honestidad e igualdad que laten en el corazón mismo de la democracia y que, se suponía, iban a situarnos en la senda de la modernidad. 

Esos ideales ya no existen, o cuanto menos no se practican, porque nadie cree firmemente en ellos. Y sin embargo, necesitamos recuperar la fe porque fuera de ellos sólo hay egoísmo desatado, libertades sin contenido, drama social y embrutecimiento. En realidad todos clamamos, pero desunidos, por recuperarlos. 

No obstante, hay ciertas señales de cambio que parecen soplos de aire fresco en mitad del desierto. El Consejo General del Poder Judicial, herido de muerte por la indigna ejecutoria del dimitido Carlos Dívar y por el acoso al que lo somete el ministro Gallardón, ha sabido dar un giro radical y nombrar como presidente a Gonzalo Moliner, un magistrado especialista en Derecho del Trabajo que conoce su oficio y que ha sido ejemplo de jurista intachable. 

Jueces y Magistrados son el único poder verdaderamente independiente que nos queda. Es el más difuso, el menos concentrado, pero sus decisiones cobran hoy día un sesgo de autoridad que no valorábamos en tiempos de bonanza. Para muestra, las sentencias que obligan a los bancos a restituir el dinero invertido por pequeños ahorradores en las opacas “acciones preferentes”, uno de los mayores timos perpetrados por la ultra-tecnificada ingeniería financiera. Y aún está por ver lo que sucederá con las querellas interpuestas contra los gestores de Bankia.

Pero hay otra señal que merece la pena subrayarse: el durísimo y sincero comunicado de AUME, la asociación mayoritaria de militares, advirtiendo a los integrantes de la clase política, sin distinción de siglas, que los miembros de las Fuerzas Armadas les guardan respeto por obligación de sus funciones. Si yo fuera Presidente del Gobierno, Jefe de la Oposición o un triste Alcalde, tomaría buena nota de que el descontento social, en todos sus estamentos, ha traspasado las líneas rojas.  

No hay comentarios: