24/7/12

GRACIAS, DON GREGORIO


Con toda seguridad, en este país de historia tan convulsa hay muchos expertos en Derecho Político cuyas obras, con mayor o menor fortuna, nos han enseñado la esencia de lo que significaba dotarse de una Constitución moderna, avanzada, compleja en su articulado y desarrollo, pero necesaria como el respirar para que la sociedad española dejara definitivamente atrás su compulsión cainita, su subcultura levantisca, su pobreza enquistada en lo más profundo de los territorios. 

Con toda seguridad, todos los expertos en descifrar un texto constitucional y en re-educarnos en sus valores merecen un homenaje. El malogrado Tomás y Valiente, por ejemplo. Hoy, sin embargo, es obligado el recuerdo de Gregorio Peces-Barba.

No se ha ido únicamente un político honesto, de los que ya escasean; se va también un profesor cabal, un maestro dignísimo. Se va, ante todo, una buena persona, calificativo que sólo merecen aquellas que transmiten buen juicio y mesura incluso a quienes no les conocen en las distancias cortas. 

A la hora de su despedida, Peces-Barba ha concitado elogios impensables para otros políticos. Pero, a mi pesar, me quedo con una impresión amarga que se añade a su muerte: en estos tiempos tan críticos, tan vulgares, tan cínicos, crece un simbolismo trágico cada vez que los medios de comunicación dan la noticia del fallecimiento de uno de los “padres” de la Constitución. Porque uno tiene la molesta sensación de que nos quedamos un poco huérfanos. Me sucedió igual cuando hace unos meses falleció Fraga Iribarne. O cuando supe de la enfermedad que aqueja a Adolfo Suárez. 

Es como si nos abandonara una estirpe de hombres con intachable sentido de Estado cuyas miras estaban puestas, únicamente, en afrontar con valentía y prudencia la amenaza de involución que se cernía sobre todos nosotros para que juntos emergiésemos de nuestro atraso ancestral y este país de élites tan hipócritas diera, al fin, una oportunidad a sus gentes sencillas. Nada que ver con la tragedia (esta vez real, sin simbolismo alguno) que nos persigue desde que buena parte de los políticos hicieron dejación de la vocación de servicio público para entregarse a sus estupideces y miserias personales. No. Esos hombres que he mentado –y otros muchos- ni eran tan necios de pensamiento, ni la avaricia de la egolatría los devoraba por los pies.

En uno de sus últimos artículos publicados, Peces-Barba volvió a hacer gala de una lucidez infranqueable, sincera, casi doliente. Dijo: “En los grandes problemas con los que España se va a enfrentar en estos próximos años, el PP ganador y el PSOE perdedor tienen que hacer una piña de lealtad y de compromisos por el interés real de España.” 

Al releer estas líneas ahora, me pregunto entristecido: ¿tan difícil se hace recuperar el consenso? ¿Tan ciegos estamos para no darnos nuevamente la mano? ¿Tanta ansia fronteriza nos cerca? ¿Tanto prejuicio ideológico nos separa? Es una pena, pero así es. Los herederos legítimos de aquel bagaje descomunal que nos trajo un poco de democracia han olvidado el sudor, la inteligencia y el coraje que costó ponerla en práctica. Ellos, lo que van muriendo, hicieron su trabajo. Descansen en paz. Pero nosotros estamos dilapidando los frutos.

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