La empatía es la capacidad de
ponernos en el lugar del otro. Sobre todo cuando el otro padece necesidad.
Ponerse en el lugar de alguien que atesora fortunas o que es una encumbrada
celebridad carece de mérito. En realidad, este último supuesto no es, en absoluto,
auténtica empatía, sino envidia camuflada o idolatría, es decir, proyección de
un inmenso vacío interior que desesperadamente se afana por encontrar alivio en
objetos-sujetos exteriores supuestamente dotados de superioridad.
En la mayoría de las ocasiones en
que los diputados vitorean enfervorizados a su líder, este reverso de la
empatía entra en juego. Sus señorías se transforman entonces en niños de teta.
Ellos gustan denominar “bronca parlamentaria” a lo que no es sino conducta
infantilizada protagonizada por adultos. Pero la cosa adquiere categoría de
drama cuando el líder aclamado, en el hemiciclo donde reside la soberanía
popular, está desgranando sacrificios económicos que situarán a los
trabajadores y pequeños empresarios de este país en la senda de Grecia,
Portugal o Irlanda.
No sentí asombro al escuchar el
exabrupto de Andrea Fabra, diputada del PP de Castellón, cuando, entre gesticulaciones
nerviosas, vomitó su glorioso “Que se jodan“ al exponer Rajoy los recortes
injustos que van a aplicarse a las prestaciones por desempleo, las únicas del
Sistema Nacional de Seguridad a las que expresamente alude la Constitución. De
verdad, no sentí asombro. Sentí asco.
Andrea Fabra, acorralada por las
redes sociales y por peticiones atinadísimas de dimisión, trata ahora de disimular
su desequilibrio mental (la falta de empatía conduce directamente a él)
argumentando que dirigía su bufido a la oposición socialista. Mentira. Mentira.
Mentira. A esta señora se le nota de lejos que odia a los pobres, a los débiles.
Odiarlos es su particular y enfermiza manera de justificar el acaparamiento del
poder y riqueza que no le pertenece. Odiarlos es su estrategia neurótica para
escamotear el miedo a su propia debilidad.
Pero tampoco me extraña este rencor
ancestral contra los necesitados: se ubica en la génesis ideológica del sistema
capitalista, se insertó en su núcleo para, mediante la expoliación y la
servidumbre, extender su enorme influencia impidiendo desde entonces la implantación de una verdadera democracia, modo de convivencia donde las
cargas se reparten siempre con equidad.
Sería excesivo, no obstante,
centrar la crítica en Andrea Fabra. Casi toda la bancada del PP se arrancó a
batir palmas escuchando los duros ajustes que nos esperan de la mano de un
Gobierno que, para mayor satisfacción de los ilusos que lo votaron creyendo que
salvaría a la patria, lleva semanas dando muestras evidentes de agotamiento. De
verdad, sería injusto. Porque, para muestra, también tuvimos que tragarnos la
pose de Soraya Sáez de Santamaría, la repipi Vice-Presidenta.
Acodada en su escaño como si la
hubiera deslumbrado el príncipe azul, su mirada altiva era, sin embargo, el
broche mugriento a una cara, la suya, bien alimentada y mejor maquillada que
esbozaba una sonrisa no ya insultante, sino rayana en la perversión. Sí,
perversión. Porque la política española está pervertida desde su raíz y a sus
sufridores nos toca ir gritando, sin perder la calma: Jódanse ustedes. Y algún
día les sucederá, cuando menos lo esperen. La vida nos reserva el escupitajo
que en algún momento lanzamos hacia los demás ignorando lo elemental: la
inexorable ley de la gravedad.
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