Todo empezó
con una palabra sencilla, profunda, pronunciada en el momento justo: <Indignáos>.
Porque a los ciudadanos de las democracias occidentales nos sobran razones para
indignarnos.
La actividad
política está enseñando la peor de sus caras: corrupción, profesionalización
desmedida, ineptitud, ridículo de formas y contenidos, ansia del poder por el
poder. Buena parte de los servidores públicos han olvidado que la
única tarea que justifica a todo gobernante consiste en tratar de garantizar el bien
común. Si se abdica de esta premisa la democracia se resquebraja, se hace patética
caricatura.
La economía
de mercado, llevada a sus extremos, se ha impuesto como estilo de vida excluyente.
En consecuencia, aun dentro de las sociedades avanzadas, las distancias entre
ricos y pobres no paran de crecer. No gobiernan los Estados. Gobiernan los
mercados internacionales, invisibles, tecnologizados, carentes de escrúpulos,
cada vez más poderosos. Los Gobiernos son sólo sus capataces. Ahí empieza el
secuestro de la democracia.
Las prestaciones
públicas están amenazadas seriamente pese a que pagamos más impuestos,
destinados a cubrir los insondables agujeros de una banca irresponsable.
Los jóvenes de hoy ya no creen en el sistema porque el sistema los ha expulsado.
La construcción de una auténtica Unión Europea solidaria, federal y sin burocracia inútil, se revela una quimera. Más que nunca, es la Europa asfixiada por los mercaderes. Sus organismos resultan inoperantes en política exterior común (la masacre que padecen los sirios es un claro ejemplo) y se han entregado a los lobbies financieros. Éstos, siempre voraces, sin ninguna traba legal, exigen que la educación, la sanidad y la investigación sean las monedas de cambio con las que el ciudadano medio costee sus desmanes.
Los jóvenes de hoy ya no creen en el sistema porque el sistema los ha expulsado.
La construcción de una auténtica Unión Europea solidaria, federal y sin burocracia inútil, se revela una quimera. Más que nunca, es la Europa asfixiada por los mercaderes. Sus organismos resultan inoperantes en política exterior común (la masacre que padecen los sirios es un claro ejemplo) y se han entregado a los lobbies financieros. Éstos, siempre voraces, sin ninguna traba legal, exigen que la educación, la sanidad y la investigación sean las monedas de cambio con las que el ciudadano medio costee sus desmanes.
<Indignáos>
era la palabra. Y se hizo consigna. El malestar que ya se larvaba en las redes
sociales salió a luz. ¿Cómo no suscribir el lema: “No somos mercancía en manos
de banqueros y políticos”? ¿Cómo no gritar que no somos cosas?
Pero algunos creemos que debe darse un paso más para que la indignación no se desperdicie. Aún es posible volver a dignificar la política mediante la ética, los valores netamente humanos, la preparación de los cuadros para la cooperación, no para el interés personal o partidista.
Pero algunos creemos que debe darse un paso más para que la indignación no se desperdicie. Aún es posible volver a dignificar la política mediante la ética, los valores netamente humanos, la preparación de los cuadros para la cooperación, no para el interés personal o partidista.
Hay un espacio
social que los partidos tradicionales están perdiendo a marchas forzadas y que
es necesario recuperar sin la trampa de la demagogia o el populismo. La
sociedad, que estaba adormecida, que ahora está siendo injustamente golpeada, poco
a poco reclama su protagonismo para, desde el vacío, construir un nuevo modelo
cultural.
Pero este noble fin sólo será posible entre todos. Tardará porque se
precisa sensibilidad y tomar plena conciencia de que el sistema actual también
puede cambiarse <desde dentro>. Por el contrario, si nos inunda la desesperanza
y la inercia, si descreemos de la posibilidad de transformarnos, todo,
absolutamente todo, caerá en manos de tecnócratas crueles, pagados de sí
mismos, a quienes importa más la inflación que el hambre de los pueblos.
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