Durante el discurso de clausura del reciente congreso regional del PSOE,
escucho a Griñán vocear que va a recurrir ante el Tribunal Constitucional las
medidas de austeridad impuestas por Rajoy. Y los delegados, enfervorizados,
aplaudían.
Pero el actual presidente de la Junta de Andalucía, en un ejercicio
esquizoide merecedor de figurar en los anales, debería primero recurrirse a sí
mismo, porque él tampoco da ejemplo. La aplicación con carácter retroactivo de
recortes salariales a los empleados públicos de la administración andaluza es
tan inconstitucional (y por ende tan inmoral) como los decretazos de Rajoy.
No le queda a la zaga el ministro de Hacienda y Administraciones
Públicas, Cristóbal Montoro, andaluz también, quien, en otro alarde de cinismo,
argumenta (utilizar aquí el verbo “argumentar” es pura cortesía) que en España
debe subirse el IVA porque hay mucho defraudador. Pues, hombre de dios, elimine
usted cargos políticos inútiles y llene el ministerio que dirige de Inspectores
de Hacienda.
Me pregunto cuándo se darán cuenta nuestros representantes políticos, sea
cual sea la supuesta ideología que propugnan, que en este país hay gente que no
es idiota y que, por el contrario, la profunda crisis sistémica que se nos ha
venido encima, y la gestión que de ella se realiza por los gobiernos diversos,
está generando, poco a poco pero implacablemente, un enorme déficit de
confianza de la ciudadanía frente a la política que los dos grandes partidos
vienen practicando.
El asunto es mucho más serio de lo que imaginamos. Porque el problema
consiste en que el debate político se ha desnaturalizado de tal manera, que
nadie es digno de atribuirse méritos en salvaguarda de los intereses generales
(las cacareadas “líneas rojas”). Mientras, el cuerpo social, cada vez más
asfixiado por el shock a que está siendo sometido, se siente abandonado a su
suerte.
Y esto es peligroso: ahí anida el germen de futuros radicalismos
dispuestos a arrojar por el precipicio lo poco que nos queda de democracia
auténtica.
La palabra clave, pues, es una y contundente: mentiras. Y cuando alguien
miente no sólo falta a la verdad, sino que trata a su interlocutor como si no
fuera una persona adulta. Y aquí –siento decirlo- los ciudadanos hemos de
asumir nuestra cuota ineludible, porque nos encanta desentendernos de los
problemas comunitarios, una conducta reprochable que va desde dejar las playas
repletas de mierda, hasta creer que los hospitales públicos, los colegios
públicos, los parques públicos, los juzgados y los parques de bomberos, y los
funcionarios que trabajan en ellos, llovían del cielo.
Así pues emerge otra palabra clave, tan unida a la mendacidad como los
andares sutiles a la cucaracha que se desliza por un montículo de nieve. Esa
palabra es irresponsabilidad. No hemos defendido lo público, lo que es de
todos, lo que entre todos debemos construir y mantener. Por eso nuestra queja
es un lamento merecido en el desierto de la especulación.
Pero hay una salida.
Defendamos la comunidad de una vez. La querella contra Bankia interpuesta por
el movimiento 15-M así lo patentiza. Recuerdo que Esperanza Aguirre, la
iluminada, les llamaba “perroflautas”. Qué mujer doña Esperanza. A veces me
pregunto de dónde le viene tanta rigidez.
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