El
rescate del sistema financiero de un país miembro de la Eurozona implica, por
fuerza, que su macroeconomía va a ser monitorizada por parte del Eurogrupo con
la asistencia del FMI. Y este es, desde ya, el caso español. La comparecencia
pública del presidente Rajoy, que seguí atentamente, no me tranquilizó. Su
inesperada declaración de que la presión había provenido del Gobierno español
fue desacertada por su carga de soberbia, un desliz descomunal que puede pagarse
caro en el Memorando de Condicionalidad que se firmará en las próximas fechas
para concretar las cláusulas del rescate.
En
un mundo donde casi todo, incluida la información, está globalizado, y donde
las decisiones finales no se toman enteramente en Madrid, sino en la sede de la
UE, en Berlín o en Washington, deben evitarse absolutamente los gestos demagogos
hacia la galería, las tentaciones de colgarse medallas o los vanos intentos de
hacer pasar por un éxito de gestión lo que es un shock para la ciudadanía.
Se
trata de un mal endémico que lastra la política española en su conjunto desde
hace demasiado tiempo. Este provincianismo se ha exacerbado con ocasión de la
crisis. A muchos representantes públicos les sobran fotografías,
improvisaciones y medias verdades, y las falta prudencia, valentía y humildad. Se
apegan al cargo y luego no saben qué hacer con él o, lo que resulta mil veces
peor, hacen y dicen lo indebido para no perderlo.
El
mismo error gravísimo cometió Zapatero al negar y negar la crisis pese a sus
evidencias. Un error que se repite en la demediada figura de Rajoy y que le ha
conducido a que, en términos estrictamente políticos, su primer Gobierno se
encuentre en vías de amortización, apenas seis meses después de haber tomado
posesión. Si el globo del PP no se ha desinflado ya se debe a dos razones: su
amplía mayoría en el Congreso y a que el PSOE todavía está resituándose
(¿buscando la piedra filosofal?) tras su descalabro en las últimas elecciones.
Pero
hay otro factor, nada despreciable: esta crisis sistémica no respeta nada porque
es un vuelco de paradigma de convivencia tan exigente, tan brutal, que se
imponen los intereses anónimos de mercado, no los de la ciudadanía. ¿Pruebas?
En Grecia, epicentro de la conmoción que malvive la Eurozona y que ha corroído
sus venas, hay hospitales que ni siquiera pueden pagar materiales básicos, como
vendas o antibióticos.
Al
conocer la noticia del rescate, no por esperada menos impactante, recordé como
por ensalmo la célebre canción <Iberia Sumergida>, de Héroes del
Silencio. Uno de sus versos dice: <Te hicieron pan y ahí te consumimos.
Ahora que padeces de insomnio, quisieras morir de siesta>.
Pero me obligué a
no sestear. Y repasando la memoria histórica de este colapso en que estamos
inmersos, me topé con la carta fechada en mayo de 2006 que los Inspectores del
Banco de España (su Gobernador, a la sazón, era Jaime Caruana) remitieron al por entonces Vice-Presidente y Ministro de Economía del Gobierno, Pedro Solbes.
Aún no se había producido la quiebra aterradora de Lehman Brothers, pero los
técnicos de la ahora vituperada institución reguladora lo advertían con
crudeza: el frenesí del mercado inmobiliario era una bomba a punto de estallar
y, cuando lo hiciera, iba a ahogarnos a todos en activos tóxicos. Nadie les hizo
caso. ¿Iberia sumergida?, me pregunto. Iberia hasta arriba de excrecencia.
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