15/6/12

ÉTICA, ECONOMÍA Y POLÍTICA


Todo sistema económico que antepone el lucro personal de una casta de privilegiados a la satisfacción de necesidades humanas colectivas es irresponsable. Todo sistema económico que no distribuye equitativamente la riqueza finita del planeta es irresponsable. Todo sistema económico que destruye la progresividad de los impuestos es irresponsable. Todo sistema económico que fomenta la degradación del medio ambiente es irresponsable. Todo sistema económico que fracasa a la hora de conjugar iniciativa individual con progreso basado en la cohesión social es irresponsable. Así pues, vivimos inmersos en la irresponsabilidad. Admitámoslo: se nos habían atragantado los derechos. 

Llevamos demasiado tiempo convenciéndonos de que el colapso económico que padecemos esconde una crisis de mayor envergadura, una crisis cultural. El resquebrajamiento de las instituciones democráticas no es su consecuencia, sino la causa. Si la democracia estuviera asentada sobre pilares más firmes, nuestras respuestas ante los embates de los mercados financieros habrían sido otras radicalmente distintas.

¿De dónde proviene la toxina que está corroyendo a la democracia? No me cabe la menor duda: proviene del método de elección de las élites gobernantes. Los partidos políticos, de uno y otro signo, embebidos por sus férreas burocracias internas, han propiciado que acaparen cargos de responsabilidad pública personas que en absoluto están capacitadas para gestionar los intereses comunitarios, porque no creen en ellos. 

En consecuencia, el régimen democrático se transmuta hasta derivar en su caricatura hipertrofiada generando no ya una crisis de representatividad, sino de cualificación: cualquiera que pase por allí puede ser concejal, diputado o miembro de los consejos de administración de una caja de ahorros. Y esto es sencillamente una locura, pues el sistema pierde legitimidad frente a los requerimientos insaciables de los grupos de presión que conspiran ajenos a toda herramienta que los controle.

Lo lamento: en materia de reclutamiento de gobernantes soy orteguiano de pura cepa. ¿Acaso la inmensa mayoría de la población no ha nacido para ser gobernada? Sin embargo, el problema no es este. El problema estriba en la defectuosa construcción de los instrumentos que educan a nuestras élites gobernantes. En realidad, tales instrumentos no existen. O peor: no existen cuando se trata de instruir a un futuro gobernante para que se mantenga libre de todo cálculo interesado que lo haga arrastrarse por el lodazal de la demagogia, la propaganda o la corrupción. Nadie en su sano juicio recaba los servicios de un fontanero si se ha roto la pelvis. Nadie precisa de un traumatólogo si lo que pretende es aprender a leer.

A menos que ya nos haya vencido la resignación, es hora de que ética, economía y política conformen una tríada indisoluble. O esta crisis sana los tumores que se han entremetido en los poros de estos tres factores básicos de convivencia, o definitivamente nadie podrá afirmar con la conciencia limpia que no tuvo alguna responsabilidad en el agónico desfallecimiento de la democracia representativa.             

No hay comentarios: