9/6/12

QUEMÁNDOTE


Últimamente miro como un loco las cosas que (me) pasan. Debe ocurrirle a mi mirar que se tuerce mientras se rehace en la contemplación, esa tortura que es a un tiempo regocijo podrido, musa tirana y desafiante, imagen ilusoria, delusoria. Aliento y sequedad. 

A veces da grima haber nacido tan complejo como el mecanismo sublime del alambre: cuanto más tenso, más doliente y funcional. Raya el espanto saber –el conocimiento mata- que con semejante material se fabrican las púas y se cierra el perímetro de las cárceles y de los corazones lastimados. ¿Ojos sensibles o mundo hostil?, me pregunto. ¿O tal vez mezcla explosiva de ambas cosas, bomba casera de relojería bajo el cubrecama a punto de explosionar, una conmoción de la razón cuando se quiebran las ilusiones?

La vida puede ser insufrible, pero prefiero que me lo digan con música y verso, porque la papilla entra más fácil, con una dosis suficiente de anestesia, es decir, de caducidad. Es otra forma de tomar conciencia de que una regla inexorable rige la existencia humana: cuando hay una mínima esperanza, hay un máxima de preocupación, de neurosis y de hundimiento. ¿Cómo romper este círculo vicioso, viscoso, infernal? De ninguna manera, pues para combatir y abrogar esa regla suprema no hay otras reglas disponibles, excepto las que te inventes sobre la marcha trajinando con la inercia y la mentira, luchando agotado contra ellas.

Escribo estas líneas de madrugada (¿perfectamente?) lúcido. Traicionera es la noche. Una auténtica hija de la gran puta que no tiene parientes, sino clientes, Narcisos desesperados que la llaman a gritos y luego se asustan ante sus requerimientos, reyezuelos es pos de un nuevo y reluciente trono de adobe. Solitarios todos. Cuando cae la oscuridad ni eres filántropo, ni filósofo, ni poeta. Ni oficinista aplicado, ni páter familias vocacional, ni parturienta en el trance milagroso y agonizante de romper aguas. Te reduces a lo insoportable: tú mismo en un mundo inconcebible, cínico, injusto. Un sobreviviente. 

Eres, pues, –tengamos un poco de indulgencia- lo más parecido a una hoja con los nervios muertos que hace tiempo se desprendió del frondoso ramaje, y, aunque diminuta, tiñe con el color del otoño los senderos del parque que el poderoso pretende clausurar para construir un ingente centro comercial, un complejo deportivo-recreativo. O saunas como hogueras húmedas donde uno quemarse eternamente.

Quizás no venga a cuento. O quizás sí. En uno de sus célebres discos, el grupo británico Depeche Mode versionó a ritmo lento una canción que lanzaron al mercado en 1990. Su título es <Clean>, limpio. El resultado es bellísimo, una oración que se reza en los altares de los iconoclastas para suplir las vacantes que dejaron los ídolos destronados, destrozados. La estrofa final dice: A medida que pasan los años todos los sentimientos internos se enredan y giran. No aconsejo ni critico. Sólo sé lo que me gusta con mis propios ojos. Algunas veces.   




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