19/5/12

UN DIOS SIN NOMBRE


Implacablemente está desmoronándose un modo de convivencia cuyos fundamentos, lejos de lo que proclaman los textos constitucionales, no pone a cada ser humano por encima de los intereses, violencias y ultrajes a los que conduce la locura de creer que no estamos todos un poco locos.
Lo que hemos descubierto de repente es lo que ya sabíamos -o al menos intuíamos-, pero no nos atrevíamos a afrontar: el desquiciamiento larvado, ahora manifiesto, sobre el que se apoya el sistema cultural en que vivimos. <Desquiciamiento>, es decir, ausencia de orden, mesura y justicia. Ausencia no ya de inteligencia, sino de sentimientos.

Primer desquiciamiento: un ser humano viene al mundo sin que su voluntad entre en juego y sin tener garantizado un mínimo de sustento vital, ha de pugnar por él durante toda su existencia. Pero las corporaciones financieras son constantemente alimentadas mediante recursos públicos si su viabilidad está en peligro por haber tomado sus élites decisiones erróneas. 
Mientras los individuos concretos estamos obligados a aprender cada día de nuestras imperfecciones, las oligarquías, en un alarde de irresponsabilidad, socializan el sufrimiento que sólo a ellas pertenece porque sólo ellas lo han gestado.
Nos falta meternos en la cabeza que es moral y económicamente impugnable un sistema que ensancha hasta extremos inconcebibles las diferencias entre ricos y pobres. Así no se construye una democracia que se precie de su nombre. De hecho, no es democracia. Es anemia de la política. Es la dictadura de los mercados especulativos. Es la depredación de los frutos de los sacrificios personales en beneficio de la voracidad corporativista.

Segundo desquiciamiento: el hiper-individualismo es el paradigma existencial, nuestro estilo de vida, pero está en quiebra porque habíamos olvidado que cada uno de nosotros se desenvuelve en un entorno social inevitable –empezando por la familia-, que nos predetermina desde que nacemos mucho más de lo que alcanza a comprender nuestro pensamiento achatado y superficial.
Nos falta meternos en la cabeza que sin la comunidad, yo no soy nada. Nos falta meternos en la cabeza las enseñanzas de las primeras filosofías humanistas, desde el cristianismo hasta el budismo: quédate solo un tiempo con tu mente y tu cuerpo, aprende a crecer, a conocerte, a madurar, a no perder la razón, a no pisotear a nadie, a defenderte si tu dignidad es atacada, a replegarte cuando las circunstancias lo sugieren. Y verás que el alma existe y te pide a gritos aportar un poco de paz a este mundo agotado. Si percibes esa necesidad, percibes también que el mundo te necesita.

Tercer desquiciamiento: por más nomenclaturas que nos inventemos, dios no tiene nombre porque, en su esencia, es el acceso a la conciencia. Y la conciencia es atributo exclusivo de la criatura <hombre/mujer>. Ya es hora de que el ser humano se vea a sí mismo como lo que realmente es en el actual estadio de su evolución: un animal con el raciocinio y la conducta neurotizados porque aún no ha resuelto las complejas contradicciones a las que está expuesto. ¿Ejemplo? Vitorear hasta la extenuación los goles de CR-7 y no hablarle a tu hermano. Y al no hablarle, convertirlo en cosa. Y al convertirlo en cosa, perpetuar el desquiciamiento.    
    

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