15/5/12

TODOS SOMOS 15-M


¿Qué es <el Gobierno para el pueblo>? Es aquel que pone primero a las personas, no a las cosas. El que ofrece resistencia frente a los intereses que convierten a los seres humanos en autómatas o mercancías. Es el que apuesta por una educación que, en lugar de adoctrinar, enseña a las personas del porvenir los grandes descubrimientos que la humanidad ha hecho de sí misma preparándolas, no para competir, sino para cooperar en pos de una vida digna que nos alcance a todos. Es el Gobierno que con sus prácticas diarias hace pedagogía de la parte más noble, que la tiene, de la política. ¿Existe ese Gobierno o, en realidad, los movimientos de protesta patentizan que queda lejos su implementación?

Algunos defenestraron demasiado pronto lo que en esencia significa el 15-M. Otros se equivocaron al augurar que era un fenómeno juvenil destinado a desaparecer. Pero, en el fondo, muchos nos habíamos alegrado de su irrupción en un espacio social que había caído presa del abotargamiento, el consumismo y la apatía.

El 15-M se explica por sí mismo: el sistema en que vivimos -una aleación monstruosa de libertades y derechos mal comprendidos y peor ejercitados, medios tecnológicos de última generación, decaimiento de la autoridad del Estado y de las organizaciones supra-nacionales ante los poderes financieros, ausencia casi absoluta de perspectivas laborales y, como consecuencia, creciente incertidumbre vital-, no puede proseguir durante más tiempo. Pues, traspasado por la luz de los más elementales principios democráticos, se pone al descubierto con toda dureza que este sistema no es, en absoluto, genuina democracia. De ahí arrancan todos los problemas. De esta cruda realidad se nutrió el 15-M. Y de ahí tendrán que venir las soluciones. O esto estallará.

El 15-M no sólo reclama que el capitalismo frene su agresividad sin límite. Además, reclama mejores élites gobernantes. De hecho, las está gestando. Reclama una forma de vivir y de convivir humanizada y una profunda revisión de las instituciones vigentes, sean partidos políticos, sindicatos, corporaciones industriales o parlamentos. Estas fueron las motivaciones fundamentales que lograron aglutinar a la ciudadanía en un movimiento espontáneo que ya no puede pasar desapercibido. La gente, en suma, quiere más democracia, mejor Estado y menos capitalismo irresponsable, impune y salvaje.  

La heterogeneidad de sus grupos integrantes y de sus reivindicaciones iniciales –que iban desde el endurecimiento del Código Penal frente a la corrupción y el maltrato de los animales, hasta la exigencia de que los bares sirvieran comida vegetariana-, restó practicidad política al movimiento y lo constituyó como fiel reflejo de una ciudadanía posmoderna que a la indignación unía demandas muy legítimas pero defectuosamente priorizadas, con el riesgo de que las utopías posibles cayeran en la pura fantasía.

Sin embargo, el alarmante retroceso de derechos sociales impuesto por la ideología ultraliberal como única solución de la crisis que ella misma creó, está resituando al movimiento 15-M en su verdadera trayectoria y, por eso, ha podido demostrar que aún estaba vivo. Y seguirá estándolo porque no hemos tocado fondo. Sabremos que hemos llegado al final cuando las masas sin pan ni futuro se vean forzadas a pasar de la protesta al asalto.  


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