22/5/12

UN INGENUO DE CLASE MEDIA


Pueden llamarme ingenuo: creí que la vida era más sencilla. No sospechaba que albergara tanta fe infructuosa en la humanidad. Aunque, bien mirado, no se trata de hacerse el harakiri, sino de aprender de la historia y de sus intérpretes más lúcidos unas cuantas verdades tremendas y, como consecuencia, comprender que por lo general todavía somos criaturas erráticas y egoístas. 

Posiblemente mi experiencia vital sea todo lo limitada que pueda imaginarse, pero he llegado a dicha conclusión después de despeñarme –como muchos- por ciertas cordilleras de la vida. El pensamiento nos obliga a buscar respuestas a las preguntas que más nos hieren las emociones. Y reconozco que da pánico esta tarea porque descubres que, en efecto, la vida era todo lo sencilla que puede ser la pugna diaria por ganártela y vivirla con un poco de paz.

¿Verdades? Un potentísimo deseo de amor, libertad y placer nos impulsa hacia la vida, pero vivir en lo real, cada día, consiste en afrontar el error, el desamor, el odio y la desconfianza entre tus semejantes, la enfermedad inesperada y maldita. Consiste en rebuscar el sustento e involucrarte en la educación de los hijos, y ver partir por siempre a un ser querido con profunda tristeza e impotencia.

Tenemos que afrontar todo esto y en el fondo lo hacemos solos; pero, encima, la inmensa mayoría estamos sometidos a un pavoroso sistema económico que nos arroja a la incertidumbre global. Cuánta razón llevaba Erich Fromm: el capitalismo nos abandona a nuestra suerte.

El modelo de convivencia hiper-individualista, tan propio de esta posmodernidad que agoniza, no se implantó por arte de magia, sino por efecto de toda una gigantesca maquinaria cultural puesta al servicio de promover la competencia desmedida en lugar de la cooperación, y la explotación del planeta en lugar de su sostenibilidad. 

El afán de dominar los recursos en pro del lucro, el poder obsceno que se experimenta al imponer condiciones existenciales a los demás, el creer que estamos situados por sobre toda circunstancia o persona, como las divinidades o los niños mimados, constituyen los elementos integrantes de una tipología de ser humano cada vez más aislado y exigente, pero menos empático, cada vez más nutrido de ideologías e información, pero desprovisto de ideas. ¿Verdades? Hemos de darnos cuenta de que sin nuevas ideas, nunca alcanzaremos la verdad. Nunca viviremos y moriremos en genuina paz.

Los ingenuos de clase media somos víctimas de una condena dolorosa: miramos hacia arriba con ilusión o incluso envidia y hacia abajo con paralizante temor de caer en la pobreza.

Los ingenuos de clase media nos habíamos tragado la mentira de que contaban con nosotros para construir algo más hermoso que consumir, pagar impuestos, regalar el voto y la sonrisa y ser, al final de la cadena, las víctimas propicias de las estafas de tantos desalmados a quienes nadie con autoridad exige responsabilidades.

Los ingenuos de clase media ya no sabemos rezar aunque, en nuestro desespero, invoquemos el nombre y la ayuda de dios.

Los ingenuos de clase media cruzamos los océanos a bordo de una barcaza fantasmal que naufraga porque carece de rumbo.

Los ingenuos de clase media estamos asustados, nos han metido en el cuerpo un miedo extraño que no nos pertenece.

¿Verdades? Abruptamente hemos entrado en otra época. Habrá que asumir compromisos particulares honestos para que subsista la imprescindible solidaridad colectiva.    

 

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