12/5/12

REGRESO AL ORIGEN


Hijos de un padre y de una madre, pero también de una época histórica determinada, los hombres y mujeres posmodernos debemos detenernos a examinar un poco si nuestro pensamiento, conducta y principios morales están dando respuesta adecuada a los múltiples desafíos de la vida.

El impulso meteórico de las nuevas tecnologías digitales, situadas en el epicentro de la crisis sistémica que padecemos, no camina parejo a los descubrimientos que el ser humano debe hacer de sí mismo. Estamos saturados de información y conocimiento, pero la verdad no se desvela. Ciencia y humanidad no han unido sus esfuerzos.

Ha bastado pulsar una tecla de la computadora para que billones y billones de dólares se esfumaran dejando a su paso quiebras intensas en el único sistema de convivencia capaz de garantizarnos un mínimo de dignidad vital. Y aún, perplejos, nos estamos haciendo la pregunta: ¿cómo ha sido posible que en las sociedades más avanzadas del planeta haya regresado el miedo a la pobreza? La verdad, entonces, resplandece: tras la pantalla del régimen político democrático aún anidan la corrupción, la mendacidad, la ignorancia, la falta de respeto y el arribismo.   

Parece que la vida sigue tal cual era ayer, pero estamos más cerca del drama que de la comedia. Por ejemplo, observemos las ideologías paradigmáticas que nutren a la democracia. La derecha no ha tomado nota de que llevar otra vez el capitalismo a sus extremos y desregularlo sólo trae convulsión, penuria social y disturbios. Por su parte, la izquierda anhela conquistar el poder político, pero una vez en las alturas no sabe qué hacer con el complejo armazón que la economía de mercado ha construido, y cae presa de las tentaciones. Ninguna sociedad puede prosperar tranquilamente en tales condiciones. Más aún: tarde o temprano retrocede. 

Una realidad se ha impuesto: no hemos hallado el modo de conciliar interés particular con interés común. Es el gran fracaso de la especie humana. En particular, es el fracaso del mundo occidental. Porque es, de hecho, su gran desafío. Y nos concierne a todos. Va desde el empresario que perpetra acoso laboral a resguardo de la crisis hasta el trabajador que no ha valorado el sistema de Seguridad Social que le protegía. Va desde el político que sólo retroalimenta sus ambiciones, y se le nota, hasta el funcionario que prevarica porque lo imita. Va desde el conductor temerario hasta el peatón suicida. Va desde la esclavitud sexual hasta la píldora del día después. Va desde la educación en valores de las generaciones futuras a la televisión por cable que sólo emite patéticos realities shows. Va desde el aislamiento y la soledad a las redes sociales repletas de imágenes, textos y comentarios.   

Este brusco movimiento pendular entre evolución e involución nos atenaza porque somos miembros de una sociedad que, de repente y con dolor, ha comprobado que seguía un rumbo profundamente equivocado y que, para reinventar la cartografía y resolver la encrucijada, necesita no sólo recuperar la fe en el presente, sino asumir responsabilidades al tiempo que las exige a sus representantes políticos y a los prohombres del mundo de las finanzas. Es una sociedad obligada a regresar a su origen y repensarse a sí misma.     

    
           

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