21/1/12

PERSONAJE DE FICCIÓN

Hace algún tiempo que me revelo incapaz de leer ficciones. Conozco la razón de este abandono, aunque prefiero correr un tupido velo que encubra su letal desnudez. Sucede, sin embargo, que si penetrara en tales matices, las paradojas del intelecto y el imperativo de mis emociones me obligarían a escribir una novela, es decir, a explorar el territorio de la ficción para contar una verdad. Y la verdad es la realidad y sus causas.

Las ganas de contar historias me vinieron de pequeño. Escribí mi primer cuentito a los siete años. Ya era imaginativo y perfeccionista. Un personaje debía decir una frase breve en francés, pues se trataba de un soldado del emperador Napoleón que daba la voz de alarma: un puñado de bandoleros serranos atacaba la guarnición por sorpresa. Entonces le pedí a la maestra que me tradujera aquella frase. Y en el idioma de nuestros vecinos, hecho de miel y rudeza, como el castellano, la escribí.

Ahora, ya de adulto, me he dado cuenta de que la niñez queda lejos, y que lo único que me interesa es conocer en lo posible las raíces desde las que aflora esta sociedad injusta, desquiciada, hiriente, pero tan necesaria. Porque así también me conozco yo. He comprendido que dichas raíces crecen profundas y no siempre se desprende de ellas aroma de azahar.

Vivimos rodeados de ficción. La ficción se infiltra en las venas. Poco después de nacer, el mundo es sentido como un lugar extraño, enorme, agreste, desprovisto de auténtico calor. Un muro contra el que, a lo largo de la vida, golpean nuestros deseos, nuestras necesidades. En tales condiciones, ¿cómo no iba el ser humano a inventar la ficción y a creerse el resultado de sus mentiras? ¿Cómo no intentar que el fruto de su desbordante imaginación transforme la dura realidad?

Pero narrar una historia no es lo mismo que saber interpretarla. Todavía somos grandes desconocidos para nosotros mismos. ¿Cómo, entonces, osamos exigirle al otro que haga lo que se detesta? ¿Acaso no vemos que en lo más hondo el otro también nos afecta, porque es reflejo, proyección, del propio ser?

El motor invisible que mueve la historia (el progreso) es el afán de individualizarnos, de emanciparnos de lo pre-establecido: la tribu, el clan, el imperio, el estado, la familia, la clase social, los otros, constituyen cadenas. Como afirma Zygmunt Bauman, la individualidad es el destino. En consecuencia, la individualidad persigue, precisa, protegerse. Pero nuestra época, a pesar de la alabanza continua de los derechos personales, adolece de un grave defecto de comprensión: por sí sola la individualidad no basta para convertirnos en genuinos individuos. No hemos dejado atrás lo que todavía somos: meros simulacros, vanos intentos de individualidad compartida. La convivencia se forma con egos que rompen su confinamiento y, al  compartir, merman sus aristas.

Narrar una historia real presenta un problema: ignoras el desenlace. Trasladar la vida real a la ficción implica, por tanto, aceptar que la última línea que dejas escrita es, en realidad, un nuevo principio. Pero -nos advierte Bauman- contradicciones y dolor hubo siempre, y casi siempre por designio humano. El deber de hacerles frente es lo que está individualizándose. La consecuencia no es otra que una creciente fragmentación social. 

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