La Declaración Universal de los
Derechos Humanos de 10 de diciembre de 1948 tuvo su antecedente en un acuerdo adoptado el 10 de mayo de 1944 en el seno de la Organización
Internacional del Trabajo (OIT), conocido como la “Declaración de Filadelfia”. Unos días antes había tenido lugar el
desembarco de las tropas aliadas en las playas de Normandía. Por aquel entonces
el mundo estaba en guerra contra la locura del nazismo. Hoy los enemigos son
invisibles pues se esconden en el anonimato que facilitan los anagramas de las
grandes corporaciones industriales, financieras y petrolíferas.
Aquel texto, mucho más modesto
que la conmemorada Declaración Universal, es sin embargo pionero. No sólo era
la expresión de la necesidad de construir un nuevo orden entre las naciones
basado en la ley y no en la fuerza, sino que también ponía especial énfasis en
que sin justicia social no habría verdadero estatus jurídico internacional
capaz de garantizar la paz, la prosperidad y la dignidad humana.
Alain Supuit, prestigioso jurista
francés experto en las relaciones entre trabajo y mercado, afirma que en
nuestros días “El Espíritu de Filadelfia” se ha debilitado hasta dejar paso a
su exacto contrario: arrinconados los resortes sociales que propician un mínimo
de bienestar comunitario, los seres humanos nos vemos obligados a erigirnos en
soberanos únicos de nuestra propia vida porque la ley ya no nos salvaguarda de
la voracidad del sistema económico. Y ello, apunta Supuit con acierto, se debe
a la convergencia de un doble fenómeno histórico que empezó a gestarse a
principios de los años ochenta del pasado siglo: de un lado, la caída
generalizada de los países comunistas y su conversión al capitalismo, de otro
la contrarrevolución ultraliberal angloamericana puesta en marcha por los
gobiernos de la señora Thacher en el Reino Unido y por Ronald Reagan en EE.UU,
cuya continuidad es hoy día manifiesta.
Para ilustrar las consecuencias a
que nos ha conducido este profundo cambio de ciclo, vale la pena transcribir
literalmente lo que nos dice Supuit: “El derecho al empleo se ha convertido en
el lugar más visible de la inversión de papeles que se ha producido entre el
Estado, la empresa y la banca. Mientras que, en la tradición colbertista, el
Estado dictaba las grandes líneas de una política económica que las empresas
aplicaban y a la que los medios financieros debían servir, ahora son los
objetivos financieros los que dictan el modo de comportamiento de las empresas
en tanto que el Estado soporta el coste de los sacrificios humanos que se
derivan de él, ya sea directamente mediante la financiación de las políticas de
empleo, ya sea indirectamente cuando debe hacer frente a la miseria, la
violencia y la inseguridad.”
Y sentencia Supuit: “Los seres humanos desaparecieron de la lista de objetivos asignados a la economía y al comercio, y con ellos toda referencia a su libertad, a su dignidad, a su seguridad económica y a su vida espiritual.”
Y sentencia Supuit: “Los seres humanos desaparecieron de la lista de objetivos asignados a la economía y al comercio, y con ellos toda referencia a su libertad, a su dignidad, a su seguridad económica y a su vida espiritual.”
Por duras que puedan parecer
estas conclusiones, ¿no son acaso fiel reflejo del tiempo crítico que vivimos? Ya se ha hecho realidad una regresión
histórica que no puede traer nada bueno: las generaciones más jóvenes están
abocadas a soportar peores condiciones laborales que la de sus padres y las
diferencias discriminatorias entre clases sociales no paran de ensancharse.
La proliferación del espacio cibernético, con su inabarcable malla de redes sociales, y la implantación de los derechos políticos (libertad de expresión, asociación y sufragio, esencialmente) no ocultan que el espacio social, víctima propicia de la economía ultra-mercantilista, se ha venido deteriorando hasta el punto de quebrarse el modelo de Estado que surgió de la II GM.
Por tanto, cabe preguntar qué estamos conmemorando cinco décadas después de la Declaración Universal de Derechos Humanos. Uno tiene la amarga sensación de que en verdad asistimos al acto de sepelio del Espíritu de Filadelfia.
La proliferación del espacio cibernético, con su inabarcable malla de redes sociales, y la implantación de los derechos políticos (libertad de expresión, asociación y sufragio, esencialmente) no ocultan que el espacio social, víctima propicia de la economía ultra-mercantilista, se ha venido deteriorando hasta el punto de quebrarse el modelo de Estado que surgió de la II GM.
Por tanto, cabe preguntar qué estamos conmemorando cinco décadas después de la Declaración Universal de Derechos Humanos. Uno tiene la amarga sensación de que en verdad asistimos al acto de sepelio del Espíritu de Filadelfia.
1 comentario:
Mira abogado lamento no tenerte más cerca de lo contrario te hubiera felicitado de otra manera ..pero a falta de eso bien te mereces un chapeaux!!!,sabes a nivel nacional en mi pais el candidato quien fuera el actual jefe de gobierno de la provincia de Buenos Aires,re-electo y asumiera ayer,casualmente y mira como son las cosas,si bien llega a la política por hacer buena carrera como presidente del club de futbol BOca junior,incurrió en la falta de 10 artículos de la Dec.Univ. de los Derechos Humanos,lo que te demuestra cómo todo y en todos lados es una reverendisima.....(perdón)..porquería....y por supuesto que todo tiene por bien abrir la brecha entre ricoy pobres..y en el medio..pues los ilusos....,Yo no debo hablar de estas cosas..
Pues amén pienso que soy una estúopida..
arriba diuce :di lo que piensas...
Del Espíritu,solo quedó Filadelfía!!!
abrazo
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