La mente -el
producto de nuestro proceso psíquico- ha de lidiar con la realidad. En esta
pugna consiste la existencia si se examina su raíz. La persona “demente” es
aquella que por graves carencias constitucionales de orden sensorial, o debido
a algún trauma profundo y doloroso, o por ambas razones a la vez, está fuera de
la realidad. El personaje de Ofelia, que enferma hasta el suicidio cuando
conoce que Polonio, su padre, ha sido muerto por mano criminal de su amado
Hamlet, expresa un ejemplo descomunal de demencia traumática. El propio Hamlet
está a un paso del desquiciamiento mental cuando el espectro de su padre-rey
asesinado se le aparece entre tinieblas reclamando justicia. Mientras el dolor
enajenó a Ofelia, la venganza mantiene vivo al príncipe Hamlet, aunque al
borde de la depresión.
La mente ha de
lidiar con la realidad y lo hacemos desde que nacemos. Más aún: debe
enfrentarse a una realidad preestablecida cuya estructura y dinamismo no
depende de la voluntad individual. Por el contrario, esa estructura y sus
movimientos de transformación nos vienen dados, se nos han impuesto.
La constatación de este hecho nos conduce a otro: por sí misma, la realidad no propicia la libertad. El concepto, el ansia de libertad, son creaciones culturales, humanas, y la necesidad de que su ejercicio sea el adecuado conforma el sustento vital no sólo de su portador (único e irrepetible), sino de la sociedad entera, a su vez constituida por la suma de portadores que protagonizan el dinamismo de la realidad y, por esto mismo, se hallan sujetos a ella.
La constatación de este hecho nos conduce a otro: por sí misma, la realidad no propicia la libertad. El concepto, el ansia de libertad, son creaciones culturales, humanas, y la necesidad de que su ejercicio sea el adecuado conforma el sustento vital no sólo de su portador (único e irrepetible), sino de la sociedad entera, a su vez constituida por la suma de portadores que protagonizan el dinamismo de la realidad y, por esto mismo, se hallan sujetos a ella.
La lucha
inagotable, trágica, por hacer de la realidad un espacio para la libertad es la
constante histórica que ha movido al ser humano. Un animal no quiere ser libre
porque ya lo es, incluso si depredar fuera su naturaleza. El ser humano, por el
contrario, ha de conquistar su libertad. Primero, frente a los peligros del
medio natural en que vive. Desarrolla entonces habilidades técnicas que rozan
lo inconcebible. Neutralizar un virus invisible y mortal, por ejemplo. Pero,
después, la conquista se dirige frente a los demás seres humanos, dado que en
la resolución de la dicotomía poder-libertad (la dicotomía de la con-vivencia)
siempre hemos empleado métodos cruentos. La historia del ser humano no es más
que una suavización de tales métodos.
Así las cosas,
¿somos realmente libres? No podemos serlo si abrigamos miedo inconsciente a la
libertad, que es tanto como decir miedo más o menos consciente a la soledad. La
libertad, a la postre, averigua que en el fondo estamos solos y que morimos
solos. De donde se extrae que la libertad es el proceso de maduración en la
toma de decisiones respecto de nuestra soledad connatural para, en el curso del
paréntesis vital, hacer lo posible por hacerla llevadera. Esta toma de
decisiones se verifica es un espacio (también en un tiempo) de con-vivencia: es
la vertiente social de la realidad.
¿Dónde radica,
pues, el drama? Radica en que el ser humano ha sido capaz de poner su ingenio
al servicio de la supervivencia dentro del medio natural, pero es tal su
desprecio por la vertiente social de la realidad, que puede afirmarse que
todavía es una criatura inútil a la hora de consolidar resortes comunitarios
duraderos que faciliten la co-existencia. Si no me creen, pregúntense por las verdaderas
razones que explican la crisis actual de nuestra cultura.
1 comentario:
Dejé una tremenda esquela desglosada en los comentarios del fb..sólo para que me mateis!!!
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