Todavía no ha
tomado posesión el nuevo gobierno y las agencias de calificación se apresuran a
pedirle que adopte reformas radicales. En concreto, la agencia Fitch insta a
Rajoy a que “sorprenda a los mercados” con medidas fiscales y estructurales.
¿Qué significa esto?
El mundo de
los negocios se ha convertido ya en el nuevo dios. Poco a poco ha destronado a
la política, que en nuestro tiempo sufre un retroceso descomunal en cuanto
estrategia para mejorar la vida de las personas. Sencillamente se ha transformado
en instrumento al servicio exclusivo de los inversores, la especulación y el
dinero. La democracia parió un monstruo. Y cada vez más parece tarea milagrosa
enfrentarse a su enorme poder tentacular.
La crisis nos
está obligando a ser más modestos, más austeros. Es positivo este efecto en
mitad de tanta preocupación. Un poquito de narcisismo se nos fue por el
desagüe. Pero lo que me enerva hasta el extremo de la decepción es que los que
más tienen, aquellos que incluso ha obtenido pingues ganancias maquinando el
modo de sacar tajada de la crisis, insistan en exigir, a través de sus
testaferros, mayores recortes en gasto social y subida de los impuestos
indirectos -IVA, principalmente-, que son los más injustos de todo el sistema
tributario porque gravan los bienes de consumo y subsistencia sin atender al
nivel de rentas.
Otras voces,
como poco igual de sabias que las de los ejecutivos y burócratas que diseñan las
directrices de las agencias de calificación, del FMI y de la Unión Europea,
claman en el desierto y con argumentos razonados exponen que tales medidas
agravarán la crisis, pues lo que se precisa es un cambio sustancial de modelo
productivo.
¿Qué se nos
avecina? Será el factor empresarial el que, más que nunca, domine nuestras
vidas. Las empresas tendrán la ley a su disposición. La necesidad imperiosa de
un empleo conducirá a que los trabajadores acepten condiciones de trabajo no ya
precarias, sino abusivas, pues desaparecerán los convenios colectivos de ámbito
sectorial y territorial, y no obtendrán compensaciones cuando sus empleadores saquen
brillo a la cuenta de resultados. La competitividad alcanzará el borde de la
insania.
El nuevo
gobierno debe reducir el déficit público en dieciocho mil millones de euros
durante el año 2012. Es una de las condiciones que nos ha impuesto la Unión
Europea para evitar el rescate. Esto supone recortes en partidas
presupuestarias definitorias del Estado del Bienestar. En términos históricos
tal cosa significa un regreso a las primeras décadas del siglo XX.
La agencia Fitch
llama a todo esto “ventana de oportunidad”. Es un vivo ejemplo del grado de
paroxismo que puede alcanzar el lenguaje tecnificado, cínico, que utilizan los
nuevos gurús de la economía ultraliberal. ¿Sorprender a los mercados? ¿Acaso
los mercados son niños de teta a los que haya que mimar? Ciertamente, así es.
La cultura capitalista crea mentes infantiles, codiciosas, vulnerables. Nos
enajena. Y hay que hacer un esfuerzo sobrehumano para que la indignación,
cuando abres los ojos, no traspase el límite de lo razonable.
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