Y llegó el día de la festividad
pagana. Y ya nada puede ocultar que el enorme desafío al que se enfrenta la
democracia consiste en algo elemental: no puede pedirle al ciudadano medio por
más tiempo que se resigne a un retroceso de sus derechos mientras unos pocos
privilegiados acaparan y devoran los recursos con el beneplácito de un sistema
de convivencia y de unos gobernantes en su cúspide que contribuyen a perpetuar
las desigualdades sociales.
La democracia auténtica no quiere
a los ricos en el paredón. Tampoco a los hambrientos cargando fusiles de
venganza. En realidad, la democracia auténtica pretende que tengamos hambre de
conocimiento y de coraje para construir una sociedad más equitativa; pretende
que seamos ricos en valores netamente humanos, no mercantilistas, porque está
en su esencia corregir los desequilibrios sociales que vienen arrastrándose
desde tiempo inmemorial. No se trata de una utopía; se trata, sin duda, de un
paradigma que urge reverdecer porque está destinado a revolucionar nuestro modo
achatado, egoísta, empobrecido, de pensar y de actuar.
Todos somos hijos de un dios
desterrado, lacrimoso. Está escrito en la razón de las cosas que debemos asumir
de una vez este origen menor. Ni los reyes que se eternizan, ni la casta
dirigente que ha crecido al calor de las libertades políticas para
profesionalizar la mediocridad y el cinismo, ni siquiera los ciudadanos que nos
habíamos lanzado al frenesí consumista y que ahora asistimos perplejos al
derrumbamiento de la ilusión, largamente anhelada, de un mundo cimentado sobre
la concordia y la humildad, estamos exentos de una responsabilidad primigenia:
combatir la penuria inherente a la realidad a fin de transformarla en un
entorno soportable. En la edad adulta de individuos y civilizaciones, la vida carece
de otro sentido. Aunque adores a divinidades, aunque rindas pleitesía al
Becerro de Oro, o a ambos a la vez en el colmo de tu hipocresía, siempre te
toparás con el mismo muro existencial: el cielo no te pertenece, no lo puedes
todo.
Me alegro de que la crisis esté
llevándose por delante a ciertas élites políticas que falsearon sus idearios,
que cultivaron la demagogia con obscenidad y que hicieron del ejercicio del
poder un ejemplo de calamidad pública. Pero no puedo sonreír ante la dominación
tentacular que nos imponen los testaferros de la estructura ideológica causante
del hundimiento económico que, de la noche a la mañana, se cierne sobre nuestra
supervivencia cotidiana.
Acudiré a votar. Llevaré hasta la
urna la constatación de que alguien se ha empeñado en robarnos la alegría de
vivir y se jacta de su proeza. Pero no hagan caso a mi sentimiento de profunda decepción
que se bifurca en todas direcciones, como un bucle que regresa punzante a su
dueño, porque no tengo derecho a transferir mis desengaños y porque hay una
esperanza. Debe haberla, hemos de encontrarla. Rastreo adrede por mi biblioteca
en pos de su hallazgo. Y ahí está, entre libros que hablan de las raíces de la
vida. Es una cita olvidada de Eric Fromm: “Los grandes dirigentes de la especie
humana son aquellos que han despertado al hombre de su sopor. Los grandes
enemigos de la humanidad son aquellos que la adormecen.” Pregunto, pues: ¿has
dormido bien, votante?
1 comentario:
Acudiré a votar, pues, amigo mío, un abrazo fuerte entre muchos ayudaría a conseguirlo.
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