2/9/11

SIN RODEOS

Lo diré sin rodeos: no puede haber auténtica democracia allá donde los intereses de los grandes capitales –en realidad, unas cuantas corporaciones empresariales que dominan y sobreexplotan recursos estratégicos al amparo de legislaciones permisivas y de políticos cómplices- asfixian el derecho de todo ser humano a una vida en paz, digna de su nombre y protegida de depredadores.

Ciertamente, llamar “democracia” a un modo de convivencia en que la mayoría de la población no tiene garantizado su sustento y ha de malvender lo más valioso –la capacidad productiva del ser humano- es una burla al concepto mismo de democracia. Una afrenta que indigna en lo más hondo de nuestro ser.

Porque la democracia, que tolera en su seno a los dioses derrotados, pone sin embargo al hombre y a la mujer frente al destino tal y como es –incierto-, y le dice: estás solo, mírate bien porque no eres tan grande como te crees y necesitas de los demás.

La democracia es, ante todo, vida comunitaria, vida en sociedad. Y no puede haber comunidad donde unos pocos esclavizan, saquean o simplemente se aprovechan de la necesidad ajena. A estas alturas de la historia la democracia sólo puede tener un fin: el que ningún ser humano sirva de instrumento para la consecución de los fines de otro, cuanto más si esos fines se centran exclusivamente en la acumulación privilegiada de dinero o poder a costa del sufrimiento físico o moral de los demás. La democracia ya no tolera ni a narcisistas ni a sádicos, aunque se sienten en escaños bruñidos o en la sala de vídeo-conferencias de una multinacional.

Pero hay algo más que decir sin rodeos: ¿cuántos de nosotros somos verdaderos demócratas? Ensorbecidas desde el nacimiento por un sistema que incentiva el hiper-individualismo, que hace de la producción de lo inútil un nuevo altar ante el que postrarse, que confunde hiper-consumo con felicidad, que ve en el otro a un adversario a quien derrotar como sea, que transforma el amor en película de entretenimiento y en otra mercancía más, y que exhibe las sutiles violencias cotidianas como prurito de prosperidad, ensorbecidas, digo, por esta subcultura, las criaturas que hemos crecido en brazos del capitalismo vagamos por la vida esperando de ella mucho más de lo que puede darnos, y sin entregarle nada verdadero a cambio. Muchos querrían, sin duda, pero no pueden. Y otros, muchos también, no saben. La democracia posibilita al impotente y enseña al ignorante. Esta lección histórica, esencial, la hemos enterrado.

¿A quién responsabilizar de este estado de cosas, en última instancia? Digámoslo sin rodeos: a ese cúmulo de despropósitos en que ha devenido la Política, y especialmente los idearios de izquierda. Las ideologías de derechas se están comportando como cualquiera podría prever de no estar ciego. Llevan haciéndolo así desde siempre. Esto es lo que me llama poderosamente la atención: una crisis sin paliativos provocada por la basculación extrema de la vida hacia su fondo más siniestro no encuentra solución posible en los ideales de solidaridad, humildad y reparto. Y sólo atino a dar con una explicación: el sistema, a base de generar desamparo en los demás, te mete dosis descomunales de miedo cerval, hasta el tuétano. Y el miedo, que es irracional, agónico y egoísta por naturaleza, acaba embruteciéndonos, o como poco retrasa nuestra evolución hacia un modo de vivir donde –digámoslo sin rodeos- no haya sitio alguno para tanta pobreza de espíritu.

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