28/8/11

LA ANEMIA DE LA SOCIALDEMOCRACIA

El ideario socialdemócrata entró en franco retroceso durante la década de los ochenta del pasado siglo. Al día de hoy se encuentra en estado de anemia. Y es un craso error responsabilizar enteramente de este hecho a factores externos sin afrontar, al mismo tiempo, un profundo, riguroso y compartido ejercicio de autocrítica.

Nadie obligó a Zapatero a decir, pocos antes de conocerse la envergadura de la crisis financiera, que estábamos en "la champions-league” de la economía internacional.

Con estas palabras, plenas de demagógico entusiasmo, Zapatero no sólo ocultó las raíces y consecuencias del crack que se avecinaba, sino que además asumió el modelo económico de crecimiento -especulativo, ultraliberal- que, heredado de la época de Aznar, era y sigue siendo la causa última de la situación de depresión social, económica y cultural que se nos ha venido encima. El presidente no incurrió en aquel despropósito deliberadamente. La incompetencia siempre se muestra muy segura de sus asertos y predicciones.

Así pues, incluso a la socialdemocracia le corresponde entonar el "mea culpa", porque ha contribuido a la fortaleza de un sistema de producción y distribución de la riqueza que incentiva la egolatría, el ejercicio achatado del poder y la explotación del planeta, todo ello en contra de las más elementales normas de convivencia, la dignidad política y el sentido común. Esto se llama soberbia. Esto se llama incultura.

Nadie, por sí solo, tiene la solución a nada. Pero son cada vez más las voces autorizadas que convergen en el diagnóstico: el momento histórico de colapso en que estamos inmersos es el fin de una época que comenzó tras el crack de 1929 y, sobre todo, la II GM. De ahí su dureza.

La socialdemocracia contemporánea, o hace lo posible por convertirse (digo bien: "convertirse", porque ya no lo es) en una opción política capaz de hacer frente a los desafíos medioambientales, pedagógica en la conjunción de la iniciativa individual con el bienestar social, generosísima con las nuevas generaciones, comprometida seriamente con las reformas estructurales que precisa la democracia... O habrá perdido definitivamente el tren de la Historia.

El mundo, en términos de geoestrategia, es cada vez más multipolar. Durante decenios ha dominado la cultura hiper-individualista, consumista, narcisista, pero está fracasando. Hemos debilitado, cuando no abandonado, resortes sociales básicos de contacto ciudadano: el barrio, el distrito universitario, las asociaciones vecinales, la calle...

Hemos hecho del ejercicio del poder una mezcla truculenta de amiguismo, rencillas infantiles, empleo a la medida, canonigias, ignorancia y vulgaridad. Han prevalecido los nombres, no las ideas. Han prevalecido las camarillas, no la organización. Hemos perdido tiempo, muchas energías. Estamos, pues, anémicos.

Si gobierna la derecha en tantos ayuntamientos y CCAA, y según los sondeos está a punto de hacerlo a nivel nacional, es porque no hemos sido leales con la ciudadanía y (hay que decirlo) con el compañero. Han votado derecha porque en buena medida los hemos abandonado a su suerte, y mirado por encima del hombro, y luego les hemos pedido que nos salven del desastre. Así no es posible gobernar en democracia. Así, la izquierda se transfigura en esperpento, en su caricatura.

Es claro que la cultura en valores se ha resentido. Pero si algo reclama para sí la ciudadanía con más fuerza que nunca es la potestad absoluta sobre su voto, incluso para no hacer uso de él y mostrar con su silencio la desafección. Es interesante esta cuestión porque a pesar de su grave enfermedad nos permite abrigar un atisbo de esperanza y no dar por muerta a la democracia. Pero también es reflejo de que las ideologías ya no sirven y que la acción política jamás recuperará su sentido, especialmente la de izquierdas, como siga sustentándose en discursos que la realidad contradice sin estar dispuestos a transformarla.

Así pues, en cierto modo, no estaba haciendo falta una revolución, es decir, una evolución con crisis que ponga al descubierto las tremendas injusticias del sistema y la ineptitud de quienes nos representan. Hemos de avergonzarnos un poco de nuestra falta de humildad.

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