22/7/11

UN CUADRO

He dibujado un cuadro. Y lo he dibujado al azar. Quizás haya algo de intención en esas líneas que simulan rostros y cuerpos. Quizás de búsqueda, de sueños. Puede que las pinturas, todos sus cromatismos, simulen acordes y arpegios. Qué difícil se me hace pintar la música.

Al cuadro lo ha dibujado mi mano. Ya lo he dicho, lo sé, pero a fuerza de repetirlo no ignoro que existe. Así me cercioro de que sólo yo lo he creado. Pero ¿qué existencia podría tener un cuadro? ¿Acaso de la de su pintor? ¿Acaso una propia? ¿Es algo más que un boceto sin terminar colmando el lienzo en blanco sin ninguna vocación artística? ¿Tiene alma? Estos interrogantes no puedo solucionarlos. Lo he dibujado yo, y eso me basta.

O no me basta. Podría el cuadro haber sido mejor, más perfecto. Que el azar, la intención, los sueños, la búsqueda y la música formaran un equilibrio entramado que asombrara a un hipotético espectador, y ante sus dimensiones y su fuerza se recreara.

Pero lo miro, una y otra vez, y compruebo que no he logrado ese equilibrio, esa armonía entre contrastes que el cuadro está indagando. Intuyo que mi pincel ha sido cicatero, que entre las cedras se han quedado restos de texturas que podrían ser trazos. Es un proyecto inacabado.

Dibujaré otro cuadro. Lo he decidido. Con esas sobras no pintadas que guarda el pincel, dibujaré otro cuadro. Y si, después, aún no estuviera completo seguiré dibujando más cuadros. Mil cuadros, dos mil tal vez, dibujaré. Que tapen por entero esa horrible pared, que cubran y cieguen ese ventanal apoteósico que se abre al espacio y donde se recortan luces y sombras, a cuyo través, en mis noches solitarias, veo las siluetas de los amantes cuando se acoplan, cuando se mueven, y no puedo dejar de mirarlas.

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