25/7/11

LATOUCHE FOR PRESIDENT

El otro día compré una menudencia: una alfombrilla con ventosas para evitar deslizamientos mientras uno toma una ducha. Me costó quince euros, si mal no recuerdo. Cuando acabé de retirarle el doble embalaje que la cubría, no pude evitar preguntarme si su precio habría sido menor de no tener tanto plástico envolvente e inútil. Y me pregunté también cuánta contaminación habría acumulada tras la portentosa presentación de una mercancía tan simple. Entonces recordé la cita del filósofo del decrecimiento, Serge Latouche: “Hemos sido formateados para ver la medida de nuestro bienestar en relación estrictamente proporcional a nuestro consumo mercantil”.

Tomar contacto con las tesis del decrecimiento es otra forma de enfrentarse a nuestro “yo” hiper-consumista tal como lo hubiera hecho Narciso una vez cumplida la profecía (la condena, diríamos mejor) que según la leyenda le hizo el adivino Tiresias cuando nació: “Vivirá mucho tiempo, mientras no se conozca a sí mismo”.

Sostiene Latouche explícitamente que el desarrollo hipertrófico de cuyo vientre nos alimentamos es, a la vez, un virus perverso y una droga. “Todos somos tóxico-dependientes del crecimiento”, afirma categórico. Y añade: “El problema es que la lucha de clases acabó y el capital salió vencedor, arramblando prácticamente con todo. Vivimos el apogeo de la omni-mercantilización del mundo.”

Latouche incide en que el fenómeno cultural al que asistimos no tiene precedentes en la historia humana: la economía no sólo se ha emancipado de la política y de la moral, sino que las ha fagocitado imponiendo un pensamiento único que coloniza las prioridades, el ser-emocional y la cotidianeidad de quienes vivimos bajo el paraguas agujereado del mega-desarrollo. “Las relaciones comerciales se apoderan de la vida privada y de la intimidad. Se puede decir que estamos frente a territorios sin poder a merced de poderes sin territorios”, sentencia el filósofo de la bioeconomía.

Como solución, Latouche propone una refundación de la democracia en que los componentes local y ecológico sean estrategias indispensables. Se trata de pensar globalmente, pero actuando localmente. Y así, los objetores del mega-crecimiento plantean la adopción voluntaria de un estilo de vida más sobrio. Hacen suya la máxima de Gandhi: vivir más simplemente para que los demás puedan, simplemente, vivir. Latouche lo explica: “La sobriedad, en este caso, no es ni la austeridad ni el racionamiento: responde al imperativo de basar nuestro futuro en necesidades energéticas menos bulímicas, más controladas, más equitativas.” El primer paso es cambiar nuestro punto de vista sobre la energía: frugales en nuestro comportamiento, eficaces en los usos y renovables en la producción.

Pero con esto no basta y Latouche lo advierte: entre otras medidas exige la prohibición expresa de la publicidad consumista. “Es un medio estudiado para hacernos sentir insatisfechos por lo que tenemos y hacernos desear lo que no tenemos.”

Y aún hay más: para Latouche –que propugna jornadas laborales de dos horas diarias- la competencia no debe tener influencia alguna en los precios del trabajo y, por ello, en la vida de los seres humanos. Pregunto, pues: ¿alguien me acompaña en mi deseo entusiasta de que Latouche sea designado, por decreto-ley, líder indiscutible para las próximas elecciones? Alguien habrá, me imagino.

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