20/5/11

SEÑORES CANDIDATOS

Señores candidatos: no soy quien para dudar de su honradez. A algunos les conozco personalmente y me consta que no están en política llevados por el afán de enriquecerse. Lo están para ejercer el poder municipal, que es más tentacular de lo que parece a simple vista y todavía se mueve en exceso dentro de la más rancia tradición caciquil.
Señores candidatos, a estas alturas del drama cultural que vive la democracia les supongo enterados de que la mayoría de las personas ya no creen en sus proclamas. Se han gastado fortunas en prebendas, han inundado la oratoria política con palabras zafias, con insultos irrepetibles, y hecho del servicio público una profesión sin prestigio, un pacto en la trastienda, un lugar para el desencuentro y la corruptela. Sólo los terremotos, las grandes catástrofes colectivas, motivan su deseo de aunar esfuerzos en pro del bien común. Sabemos que gobernar implica afrontar dificultades. Tal es una de las más tremendas lecciones de la historia humana. Pero, ¿acaso el modo descrito es el mejor cuando se trata de recibir -y mantener- la confianza de la gente corriente?
Señores candidatos de la derecha: que no. Que algunos somos iconoclastas y no les tenemos miedo, sólo les profesamos respeto, tal vez el único valor que define en esencia la convivencia. Son ustedes seres humanos como cualquier otro: sobreviven con sus prejuicios, sus miedos y sus ilusiones a cuestas. Como yo mismo, sin ir más lejos. Señores candidatos de la derecha: es posible que pronto ocupen cargos públicos y tengan que asumir responsabilidades de gobierno. Gestionen con integridad el esfuerzo sin recompensa del parado, el futuro gris de una generación entera a la que los especuladores han dejado sin perspectivas, la tranquilidad que se ha ganado el anciano a lo largo de su vida.
Señores candidatos de la izquierda, les oigo y no salgo de mi asombro: reclaman la alcaldía si suben en votos, si bajan los otros. Y me digo: ¿esto qué es?, ¿el poder por el poder? Señores candidatos de la izquierda, muchos nos hacemos otra pregunta: ¿han servido de algo las luchas internas? Que no, señores de la izquierda: el problema no es de nombres, sino de ideas. Y he aquí la primera de ellas: ojalá el poder no me transforme cuando lo tenga. Ojalá no me obligue a retorcer la sonrisa. Ojalá no mire a nadie por encima de mi hombro. Si lo hago, haré también otro descubrimiento: .
Señores candidatos nacionalistas: ¿de qué nación me hablan? ¿De la patria andaluza, tal vez? Soy andaluz de nacimiento, muy del Sur, pero el discurso patriotero, fronterizo, no me convence. Porque es un límite a la conciencia universal. Todos los seres humanos vivimos presos de las mismas necesidades en todas partes. A todos nos apremia por igual la misma escasez henchida de tantas caras, que se resumen en una: dignificar la existencia. Ustedes predican el arraigo a la sangre, no a los valores. Que no: que Blas Infante era más grande.
Señores ciudadanos: es legítima la abstención, es legítima la frustración que la causa. Pero, por un instante, transpórtense a una situación hipotética en que no tuvieran derecho a votar. ¿A que entonces pelearían por dejarse oír, por poder sumar y decidir? Que no: que la democracia no pertenece a nadie y es de todos.

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