No ves que
soy luz que no ilumina,
alma
despiadada y triste,
tronco que
se trenza a la sombra,
un soldado apátrida
que con cada batalla
construye sus
derrotas.
No ves que un
anhelo de ternura me persigue,
tan intenso
y tan real como la curva cerrada
que tu boca describe
cuando calla.
Estar cosido a ti, húmeda y suave,
es sobrevivir maltrecha la inocencia.
Una eclosión que desaparece.
Un océano que súbito entra en calma.
Ansia de que nada gris suceda,
todo aquello que de la tempestad se espera.
Soy costura
quebrada de piel,
torpe
lamento y cicatriz pugnante.
Ahí viene la
angustia sin nombre que tu nombre acalla,
esa
explicación imposible que los interrogantes preñan con violencia,
insaciables,
crueles, constantes como puñales que no matan.
Tanto pensamiento
castigador que sólo alcanza el vacío,
nunca la
hora en que la paz, adormecida,
se arroje
sobre mi suburbio inquieto
y mis letras
se desprendan del sacrificio inútil,
y las
presencias vanas enmudezcan como pájaros muertos.
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