27/5/14

EL CLUB DE LOS PERDEDORES

Parecían anodinas y sin embargo las elecciones al parlamento europeo han traído una auténtica conmoción. La política se ha distanciado tanto del sentir cotidiano de la ciudadanía que millones de votos emigran a opciones divergentes del status quo. Porque se trata de eso: ha empezado a mostrar su fuerza el proceso de des-identificación con los partidos políticos tradicionales. Se diría que para Europa, incluso con sus peligrosos fantasmas reaccionarios a cuestas, la política del siglo XXI comienza ahora.

Aunque los resultados no son automáticamente extrapolables a las citas electorales internas, sin duda marcan tendencia. Y la tendencia se forma con dos frentes: de un lado el colapso del PP y del PSOE –menos acentuado en el partido gobernante pero igual de efectivo- y de otro la canalización de la frustración mediante la entrega de la confianza (y la esperanza) a formaciones ideológicas que, sintomáticamente, han renunciado a llevar la palabra “partido” en sus siglas. Más democracia es posible, pero en su esencia –una persona: un voto- el sistema ha funcionado con saludable legitimidad.

La cuestión es: ¿acaso era realista que las élites políticas actuales aguardaran otra cosa distinta del fracaso? ¿Era probable detener la caída libre del PSOE a pesar de la irreductible Andalucía? ¿Era sensato que Rajoy se cobrara otro cheque en blanco tras la dura política de recortes, aderezada de puro ideologicismo, puesta en práctica desde que el PP llegó al Gobierno? ¿En IU creían que a su izquierda no había nada?

Nada de eso era previsible, sino todo lo contrario: la ciudadanía parece haber entrado, al fin, en la senda de la madurez y harta de corrupción, privilegios de casta y prepotencia -uno de cada cinco españoles vive por debajo del umbral de pobreza- ha castigado a quienes todo lo reforman para ir a peor. Más democracia es posible, pero no más sentido común.  

El resultado de toda convulsión es la apertura de un ciclo que va desde la des-vertebración de lo conocido hasta la aparición de nuevos andamiajes vertebradores. Es pronto para valorar las implicaciones totales de este ciclo innovador, pero nadie con una mínima visión de futuro puede negar que nos hallamos inmersos en él. Inauguramos otro tiempo. Lo viejo ya no atrae. En realidad lo viejo, en política, se percibe como dañino. Han caducado las lealtades ciegas y sin rendición de cuentas.

En un mundo complejo donde el trabajo es un lujo y la política ejercicio de cinismo a los pies de los lobbies financieros que operan sin escrúpulos, las personas se erigen en dueñas absolutas de su voto y, por tanto, se desapegan, se divorcian y reinventan identidades. Más democracia es posible, pero no más libertad de elección. La rebeldía, poco a poco, abandona el club de los perdedores.        




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