8/5/13

TÚ, YO, LOS IRRESPONSABLES


¿Qué es la responsabilidad? ¿Es usted responsable? ¿Cree usted que yo lo soy? ¿Lo son sus familiares, sus amigos, sus vecinos, sus compañeros de trabajo, sus jefes, los políticos a los que ha elegido? ¿Lo son las empresas?

¿Es usted responsable cuando conduce un vehículo a motor? ¿Lo soy yo cuando fumo? ¿Es usted responsable cuando educa a sus hijos? Si ha tomado una criatura animal como compañía, ¿la cuida, respeta su naturaleza, la maltrata? Y si comparte hogar con otro ser humano, ¿lo cuida, respeta su naturaleza, lo maltrata?

Salieron los verbos claves: es imposible ser responsable si no cuidamos. Si no respetamos. Aun obligados a convivir, basta un breve recorrido por la historia de la humanidad para constatar lo poquito que sabemos cuidar y respetar. 

Quizá no nos enseñaron. Pero esa ya no es la cuestión. Apelar a las tribulaciones que relatan los anales, o a que los demás nos inyecten buenos modales, no sirve de coartada. La cuestión radical es si queremos aprender o seguir alzados al pedestal esperando el próximo batacazo para, tan pronto regresen las fuerzas, si es que regresan, volvernos a subir tan ufanos, sin pizca de autocrítica. Se diría que nada somos sin tronos excluyentes. La inmensa mayoría aspiramos a ser reyes. Y aspirando y aspirando, nos convertimos en reyezuelos.

Vivir esta vida humana exige responsabilidad. En su medida equilibrada. No hay vida adulta que se precie sin asumir que la necesidad de responsabilidad se hace presente y ya no te abandona. Como los buenos desodorantes.

La crisis sistémica actual hunde sus raíces en la más sutil y cínica irresponsabilidad. Fueron irresponsables los ingenieros de finanzas cuando inventaron la burbuja inmobiliaria, las preferentes y los posteriores sacrificios inesperados, todo para los demás, reservándose los blindajes y las ganancias para ellos y las élites bancarias. Lo fue el político que permitió que la estafa se propagara impunemente por todas partes. Lo fuimos los ciudadanos cuando no valorábamos (ahora sí valoramos, ¿verdad?) la sanidad o la educación públicas, por poner ejemplos recurrentes.

La responsabilidad es consustancial al crecimiento personal y desde allí se proyecta a nuestras relaciones con los otros. Y entonces entra en juego otro verbo clave: confiar. La sociedad cuyos miembros desconfían los unos de los otros y de las instituciones que la gobiernan, se haya en trance de dolorosa metamorfosis, como la crisálida: está dejando de ser larva, pero tampoco es bella, no sabe volar. En realidad, no sabe lo que es. Está cambiando. Es inevitable que cambie. Es su responsabilidad cambiar. ¿Hacia dónde? Hacia una recuperación de la confianza o hacia el colapso. No hay atajos. Los términos de la elección se rechazan entre sí.

Responsabilidad, confianza, buena fe: tríada de conceptos que habría de regir la vida entera, en lo particular y en nuestra faceta social, que es más amplia de lo que la fea egolatría nos deja ver. Pero habíamos elegido las mentiras. Incluso podemos clarificar el motivo que nos impulsó a tomar esa autopista que prohíbe el límite de velocidad: los tres conceptos aludidos llevan directamente al esfuerzo descomunal de la ética. ¿Es usted ético? ¿Acaso yo lo soy?  

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