Me han contado dos hechos lamentables
que conciernen a un mismo lugar. Tres pirómanos han asaltado un local de copas
y le han pegado fuego. Los daños son cuantiosos y el establecimiento tardará
tiempo en volver a abrir sus puertas. ¿Hecho casual o se esconde alguna
motivación exacta detrás de este acto vandálico?
Pues si de motivaciones se trata,
largo habría que reflexionar acerca de la camarera de veintisiete años que
trabajaba en ese local de copas y que, con apenas horas de diferencia a que
ardiera en llamas, se quitaba la vida.
Recuerdo que hace muchos años, en
el bachillerato, el profesor de literatura nos mandó escribir un cuentecito que
versara sobre la violencia. Relaté la crónica de un suicidio. Mi intención era
demostrar que la violencia también se da contra uno mismo.
Experimenté cierto impacto la
primera vez que leí la opinión de una experta psicóloga respecto del suicidio. Argumentaba
que es la trágica e inevitable resultante cuando nuestro verdadero “yo” no
puede brotar a la superficie en las condiciones que necesita, arremetiendo desesperada y letalmente, sin perdón, contra su propia existencia.
Siempre pensamos que no nos
ocurrirá a nosotros. Quiero decir: el que peligre tu medio de ganarte la vida o
el que la vida misma te haya llevado a un callejón de muros tan altos que no
sabes salir. Pero estamos vivos, y eso significa que también nos puede
sorprender el drama. De hecho, siempre nos sobreviene alguno que otro. En un
bar de carretera, una mañana invernal, oí murmullar a un parroquiano que
arrastraba su cansancio, que libres, lo que se dice realmente libres, eran los
peces en el mar y los pajarillos en el bosque. No había síntoma alguno de borrachera
en aquel hombre. Venía a tomarse un café caliente después de pasar la noche en
vela junto a su madre, que estaba ingresada en el hospital gravemente enferma.
¿Hasta qué punto se relacionan
las patologías sociales y las personales? ¿Son entidades separadas o caminan
estrechamente unidas? ¿Nos conformamos con trazar esa disección que las distancie,
recurriendo a dios, a la casualidad o al fatal destino cuando no hay sentido posible
en las cosas negativas que suceden? ¿O nos adentramos un poco en el miedo y nos
damos cuenta, de una vez y para siempre, de que la mente nos gobierna o se
descontrola en todos los ámbitos donde nos hallemos?
Hay puentes muy sólidos enlazando
la conducta de las mentes trastornadas con el medio social en que desenvuelven
sus dueños. ¿Podremos algún día venidero darnos verdadera cuenta de que toda
vida, toda forma de riqueza y de respiración cuyo proceso de gestación no nos
dañe, merece un altar en este mundo?
Ignoro las motivaciones concretas
y definitivas que explicarían los hechos a los que he aludido. En el runrún de
las noticias y los comentarios todo cabe. Dicen que han podido asestar un golpe
de muerte al local. Dicen que la camarera era una mujer hermosa. Ambos sucesos
serán investigados. Tal vez la verdad nunca será hallada. Pero, aunque
permanezca oculta, vivimos a propósito de ella.
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